A fuer de ser sinceros reconoceremos que un Mallorca-Peralada no es el cartel más apetecible para poner brocho de oro a las fiestas navideñas y empezar el año nuevo. El olor a rancio acaba con el regusto que hubieran podido dejar pavos y lechonas, barquillos o turrones. ¡Qué pereza!. Iba a decir que el plato solo apetece a los verdaderamente locos por el fútbol, pero efectivamente nos hemos vuelto todos locos intentando encontrarle algún atractivo a esta temporada en el exilio.
Estos chicos del Ampurdá que juegan en un campo adyacente a una piscina recreativa y descubierta, vienen sin entrenador. Bueno, no; con uno que han rescatado del Figueres después de que el suyo haya decidido embarcar hacia la conchinchina o lo más lejos posible de esta sufrida categoría “tan difícil, igualada y sufrida” para muchos de sus protagonistas. Compartimos el tercer adjetivo. Este filial del Girona, poco coincidente en sus principios, solo ha ganado en uno de sus desplazamientos, vaga en posiciones de descenso y llega a Palma para prolongar la imbatibilidad de los locales. Todo lo demás sería, además de una enorme sorpresa, un fracaso insoportable. Para el Mallorca, claro.
Por su parte el atribulado Atlético Baleares se presenta en casa del segundo clasificado. Que nadie se alarme. El Villarreal B, que no ha perdido en su parroquia pero ha cedido cuatro empates, se ha desprendido de sus dos bazas más peligrosas: Raba, ya en el primer equipo y Suárez, lesionado de consideración. Ya no es tan fiero como lo pintaban e incluso como pudo ser, pues probablemente llegó a practicar el mejor fútbol del grupo tercero de Segunda B. Ya no. Así que para intentar salir del barranco, los de Horacio Melgarejo, refuerzos incluidos, podrían no esperar una jornada más para ceder una oportunidad a la esperanza. Además con su portero titular, aunque no jugara. Todo suma.
