Las renovaciones a largo plazo de James y Bryan Reina por el Mallorca son, en principio, una buena noticia; primero porque es más lógica la duración de sus nuevos contratos en función de su edad, que la de los de Salva Sevilla e incluso Abdón Prats, sin ir más lejos. De todas maneras es difícil hacer una valoración justa sin conocer ya no la letra pequeña de ambos acuerdos, sino los pormenores tales como incentivos, subidas salariales por goles o número de partidos con el primer equipo, si un hipotético ascenso contempla algún tipo de mejora y otros asuntos que permitirían enjuiciar con mayor exactitud.
Igual ocurre con Brandon, vendido por tres millones al Stade Rennais de la primera división francesa en el que no juega ni el entreno de los jueves. En su día extraño que los franceses fueran tan generosos, pero tampoco podemos entrar a ver qué pasa con el de Santany sin saber si lo que se pagó por él contemplaba diversos flecos hasta llegar a esa cantidad o estamos ante una inversión fallida del club galo. Tampoco es la primera vez que un futbolista que cambia de aires tarda en adaptarse a su nueva vida, en una ciudad extraña, una cultura diferente y un ambiente desconocido. Recuerdo que el Chory Castro no tocaba bola en su primera temporada como mallorquinista. Explotó a la segunda y de qué manera. Arango fue recomendado por Benito Floro como lateral zurdo, posición en la que no ha vuelto a jugar desde que felizmente pisó Son Moix.
Volviendo al principio, es preciso medir con precisión el grado de atención que se presta a los jóvenes. No todos tienen la cabeza tan bien amueblada como Marco Asensio o Rafa Nadal. Hay que ir paso a paso y con buena letra porque la lista de promesas nacidas en la fábrica de Son Bibiloni que se han quedado por el camino nos daría para llenar varias páginas y alguna de ellas malograda desde la propia institución.
