No son pocos los mallorquinistas serios que advierten del peligro de desaparición del club en caso de que se haga efectivo su descenso a Segunda B. No se trata solamente de la pérdida de una categoría profesional, que ya es grave si rememoramos las dificultades que otros tienen para recuperar su estatus. Pontevedra, Hércules, Cádiz, Las Palmas, Mérida, Extremadura, Albacete, Real Oviedo, Racing de Santander, Sabadell, Burgos y otros muchos podrían certificar lo que cuesta retomar la senda ya no de segunda división, sino de la Primera en la que todos estuvieron en algún momento más o menos largo.
Al margen de la salida de la LFP, el Mallorca se enfrenta a una situación económica insalvable salvo que sus dueños decidan seguir aportando capital, algo ahora mismo tan dudoso como indeseable. “Quien ha generado el problema, no puede ser parte de la solución”, dijo Utz Classen, y aunque Robert Sarver no originó el caos, pero si lo ha incrementado, tampoco puede liderar una regeneración que se presume tortuosa y de largo recorrido.
En menos de un año el capital social de la SAD ha pasado de 26 millones de euros a 18 en base a la reducción de capital para compensar pérdidas que se acometió hace medio año. A la finalización de la temporada en curso, se prevén otros cinco que, a su vez, habrá que deducir y, según confesión propia y pública, el próximo mes de noviembre habrá que pagar nueve “kilos” más para paliar la deuda con acreedores y la Agencia Tributaria. En el mejor de los casos quedarían cuatro para pagar a toda la plantilla, cuerpo técnico, consejero delegado, embajador, ojeadores, director deportivo y esa ingente cantidad de personal del que carecen incluso la mitad de equipos de la máxima categoría.
¿Ingresos en esta división de bronce en la que 80 equipos pugna por cuatro puestos de ascenso?. Si Molango convence a los propietarios tendremos que concluir que el CEO es más listo de lo que parece, y no apostamos por eso, y los americanos en cuestión más tontos de lo que ya han demostrado.