El precio de los alimentos no para de subir. Ir al supermercado es cada vez más caro, por lo que es posible que, en esta España feminista, eco-sostenible y resiliente, al concepto de pobreza energética haya que sumarle también el de pobreza alimentaria, aunque, evidentemente, no se quiera hablar de ello. La paulatina transformación de los grandes medios de comunicación en medios de manipulación hace difícil saber qué es lo que está pasando. Por ello me parece interesante reseñar a una de esas escasas voces autorizadas que dedica su tiempo a tratar y divulgar esta fundamental cuestión.
Muchos recordarán a Manuel Pimentel, ingeniero agrónomo y productor agroalimentario, por haber sido un político breve y muy poco al uso. Sin embargo, desde hace tiempo acumula seguidores, tanto por la divulgación de los más recientes hallazgos arqueológicos, como, sobre todo, por sus opiniones acerca de la realidad agraria que estamos viviendo. En este último sentido acaba de publicar un libro que bajo el título “La venganza del campo” recoge sus reflexiones en forma de artículos aparecidos en la prensa no-mayoritaria a lo largo de más de una década.
Este andaluz sostiene que a medida que la humanidad se ha vuelto más y más urbana, no tan solo se ha olvidado del campo real y auténtico, sino que, lo que es peor, ha dejado de relacionarlo con los alimentos que consume de forma asequible. Al mismo tiempo se construye una fantasía imaginaria sobre las granjas y agricultores bucólicos, con camisas de cuadros y pantalones de peto, que exige ver cuando sale de su la ciudad. En definitiva, que la población quiere un campo para pasear y recrearse visualmente, no para producir alimentos.
Por ello, a la población urbana le molestan las granjas, los invernaderos, los establos, las pocilgas, los trasvases o los regadíos, entre otras muchas cuestiones. Cuestionan, con escaso rigor, las implicaciones medioambientales de este tipo de instalaciones, pero, contradictoriamente, se felicitan por proyectar un macro gasoducto de hidrógeno con impactos y riesgos de muchísima más envergadura.
De hecho, esta desconexión mental de los votantes urbanos con respecto a los problemas reales del campo, hace que los políticos apuesten por intentar hacer realidad su distorsionada visión imaginaria. Y, como suele ser habitual, lo hacen de la peor forma posible, mediante prohibiciones y regulaciones cambiantes que hacen extremadamente difícil la labor del agricultor, del ganadero o del piscicultor. Por esto, no son pocos, los que deciden cerrar sus explotaciones, y son muchos menos los que deciden seguir la labor de sus padres.
La ley del mercado se impone, menos oferta y creciente demanda hace que los precios suban. A lo que hay que añadir que los gobiernos financian sus abultados déficits recurriendo al ilegal impuesto de la inflación. El resultado lo palpamos día a día a la hora de hacer la compra.
Para Pimentel, lo más triste de todo, es que los gobernantes, ante el malestar de la población, reaccionan decretando un apagón informativo, y cuando no lo consiguen, responsabilizando a distribuidores y productores de la escalada de precios. Esto último es especialmente doloroso, pues precisamente son los distribuidores y los productores los que luchan con todas sus energías para hacer llegar sus productos a los consumidores de forma asequible. Es decir, tratan a los héroes de villanos.
Para este exministro ganadero y agricultor, la “venganza del campo" está llegando como una pesimista alegoría bíblica en forma de menos producción y precios más elevados. Por mi parte añado que sí Pimentel, hubiese sido un político de izquierdas en activo, acostumbrado al uso de la propaganda con un gobierno de signo opuesto, no hubiese dudado en utilizar la expresión “pobreza alimenticia" para describir este triste panorama.