Piratería aérea de estado

Este pasado domingo se ha producido un hecho de una gravedad extrema que supone un atentado en toda regla a las leyes internacionales, a los convenios de la navegación aérea y a la seguridad del transporte aéreo. Las autoridades de Bielorrusia han obligado a un avión civil, de Ryanair en concreto, que realizaba el trayecto de Atenas a Minsk, a desviarse mientras volaba por el espacio bielorruso y aterrizar en el aeropuerto de Minsk, escoltado por un 'caza' y parece ser que por un helicóptero del ejército.

Una vez en tierra, se ha procedido a la detención de Román Pratasévich, periodista opositor a Lukashenko, exiliado en Lituania desde las manifestaciones masivas de los últimos meses surgidas como protesta contra el fraude masivo de las últimas elecciones presidenciales, que volvieron a dar la 'victoria' al dictador postsoviético.

Que las autoridades de un estado obliguen a desviarse de su ruta y aterrizar en su territorio a un avión de una compañía extranjera que no tenía como destino el país y que simplemente utilizaba el espacio aéreo de acuerdo con las normas y tratados internacionales, y que lo hagan para poder detener a uno de sus ciudadanos exiliado por motivos políticos, utilizando la fuerza militar y poniendo en peligro a todos los ocupantes del aparato, solo puede calificarse como piratería de estado, y constituye un hecho sin precedentes en la historia moderna de Europa, de una gravedad tan extrema cuyas consecuencias se verán en las próximas semanas.

Bielorrusia, considerada la última dictadura soviética europea, es uno de los países más desconocidos del continente, ya que, debido en gran parte a su nombre, muchos ciudadanos piensan que forma parte de Rusia. Desde la independencia de la Unión Soviética, su parlamento y sus gobiernos han venido insistiendo en que el nombre del país es Belarús o Bielarús, según como se transcriba del cirílico. De hecho, la partícula 'rus' procede de la denominación que dieron los eslavos orientales a las organizaciones políticas que formaron, muchas de ellas bajo dominio de los escandinavos, que en la Europa oriental se denominaron varegos y en la occidental vikingos, como la rus de Kiev, quizás el primer estado eslavo organizado como tal, mucho antes que Rusia ni siquiera existiera.

Bielarús, junto con Ucrania, formó durante siglos parte del Gran Ducado de Lituania, y de la unión de éste con el reino de Polonia, hasta que a finales del siglo XVIII las ambiciones de sus tres poderosos vecinos, Rusia, Prusia y Austria, acabaron con la confederación polaco-lituana y se repartieron sus territorios. A partir de ahí, Bielarús y Ucrania fueron sometidos al imperialismo ruso paneslavista, que se apropió de la herencia histórico-política de la 'rus' de Kiev como germen del gran estado eslavo y adjudicó a Bielarús y Ucrania los términos de Rusia Blanca y Pequeña Rusia, respectivamente, en el proceso de rusificar incluso los nombres. De ese modo, había tres Rusias, no Rusia, Ucrania y Bielorrusia. El mismo Gógol, escritor ucraniano, a mediados del siglo XIX, se refería a su patria como la Pequeña Rusia.

La rusificación también llegó al ámbito lingüístico, considerando los rusos que los idiomas bielorruso y el ucraniano, que se parecen mucho más entre sí que con la lengua rusa, no eran sino ruso con algunas palabras y entonación polacas.

Incluso en términos religiosos se siguió una política de rusificación. No se permitió la existencia de iglesias ortodoxas autocéfalas, sino que tanto la iglesia ucraniana como la bielorrusa dependían del patriarcado de Moscú. Hace unos años, Putin y el patriarca de Moscú hicieron una visita conjunta a Ucrania, cuando el prorruso Víktor Yanukóvich era el presidente, con el mensaje clarísimo de “somos el mismo pueblo, debemos estar unidos”.

Después de la revolución del Maidán, Putin fue consciente de que los ucranianos no compraban su retórica panrusa y decidió la anexión de Crimea y el apoyo a los secesionistas prorrusos (y rusos étnicos muchos de ellos) del este de Ucrania, del Donbás, provincias de Donetsk y Luhansk, provocando un conflicto que persiste aun hoy en día. La iglesia ortodoxa ucraniana consiguió finalmente el reconocimiento de la autocefalia por parte del patriarca de Constantinopla y del sínodo de Atenas, lo que ha provocado la ruptura de la iglesia ortodoxa rusa con las de Constantinopla y Atenas, en lo que aun no sabemos si será un nuevo cisma en las iglesias orientales.

Lukashenko es por ahora la última de las desgracias que ha tenido que sufrir la población de Bielarús, brutalmente golpeada por los zares en el siglo XIX, por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, y por Stalin en la postguerra. En la actualidad, tienen una gran dependencia de Rusia, pero no están muy bien vistos por el gran vecino, y sus relaciones con occidente son difíciles y tortuosas y el secuestro del avión del pasado domingo no hará sino empeorarlas.

Grecia, Lituania y Polonia ya han manifestado su indignación, calificando el hecho de piratería o incluso de terrorismo de estado. La Unión Europea también ha advertido de la gravedad de la situación y de graves consecuencias si no se procede de inmediato a la liberación del disidente Patrasévich. Si Lukashenko no cede, y los precedentes no invitan al optimismo, la reunión del Consejo Europeo que empezó ayer lunes deberá decidir qué acciones tomar, y parece probable que se implementarán severas sanciones al régimen bielorruso, lo que empeorará aun más las relaciones no solo entre la UE y Bielarús, sino también con Rusia, que ya están suficientemente deterioradas.

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