Se lee que Suarez ideó la transición del 78, con los cambios legales, desde una visión política de los mismos. Ahora, se clama que hay que acabar con esa historia del 78, unos mediante su demolición — es puro franquismo — y otros mediante reabriendo el paréntesis republicano — recuperar la legitimidad democrática —. Sea como sea, lo cierto es que, los últimos acontecimientos han venido a poner de manifiesto que mientras Rajoy entrega el poder a la abogacía del Estado, el poliglota Puigdemont es capaz de mentir en cuatro idiomas. Y la mayor de sus mentiras es precisamente haber hecho del “procés” un camino democrático, expandiéndolo hasta la misma Bruselas, como capital de Europa. Puigdemont, ya no presume de ser catalán sino de ser ciudadano europeo, de president de una república no proclamada y de líder de un movimiento pacífico que tiene a dos de sus principales agentes inductores en la cárcel. En el Club de Prensa, solamente se refirió al 1 de octubre, a las fuerzas opresoras, a las agresiones policiales. Lloró sin lágrimas por una república que solicita sea defendida por esa manida “mayoría” a la cual ha defraudado el mismo día que el Parlament votó en secreto y en penumbra. Puigdemont y sus acólitos, no han acudido a Bruselas como ciudadanos europeos, sino que han huido como políticos con pánico al imperio de la ley. Su máximo preocupación, según se lee, no eran los manifestantes con esteladas, el pueblo catalán, sino su patrimonio por el cual estaba dispuesto a convocar elecciones, a evitar el maldecido 155 y a renunciar a votar la república. .
Aludir a sentirse en peligro en España y tranquilo en Bruselas, aunque sea dicho en francés, es una soberana mezquindad. El domingo se paseó y se fue de vinos por Girona, sin problema alguno. Y su ex socio Junqueras, se pasea tranquilamente por la ciudad condal, solamente increpado verbalmente por sus acciones. Un Junqueras que es destrozado intelectualmente por sus momentáneos contertulios cuando le mencionan las horas del 6 y 7 de septiembre, o los modos y maneras del referéndum del 1 de Octubre, o el sistema de votación de un contenido que, se supone, debiera ser el culmen de la proclamación de la república independiente catalana, aunque nadie saliese al balcón de la plaza de Sant Jaume.. Companys, mantuvo viva su república casi veinte horas, Puigdemont y la Forcadell no lo lograron más allá de las cuatro horas. Puigdemont, antes de coger el avión, instó a sus leales a hacer frente al art. 155, a no consentir que las instituciones catalanas sean desmontadas, a defender, en fin, esa misteriosa república non nata. La historia se repite; Companys no logró la instada revolución ciudadana ni su capitá Collons levantó otra cosa que la trampilla para huir por las alcantarillas. En Barcelona, hoy, no hay ni caceroladas.
Ahora, el gran líder, en la Grand Place, contempla la placa dedicada al Duque de Alba por los flamencos, sin que, ni los conmilitones, ni los socios, ni los arrejuntados, sepan a ciencia cierta que hace, que hará, si volverá o tendrán que ir a buscarlo, citado ya por la juez Lamela. Ha presumido el ex president de que todo lo que está aconteciendo fue programado el viernes, cuando el anuncio gubernamental de la aplicación del 155, pero en su partido no parece que sean de la misma opinión, cuando ya lo dan por amortizado, surgiendo un ex conseller como nuevo adalid de ese partido que preside el silente Artur Mas. Un futuro candidato para unas elecciones que, seguramente, no cambiarán en nada el actual panorama. Lamentablemente, Rajoy ha vuelto a poner en manos de los leguleyos la acción política; ha dejado que sea la justicia la que le solucione el problema, mientras él y alguno de los ministros insiste, machaconamente, en que la solución es economía, más economía. Craso error que les impide respirar los aires de la calle. De haberse alertado a tiempo se habrían constitucionalizado los derechos y competencias autonómicas y no se habría caído en su mercantilización para la formación de mayorías. El 155 no acabará con treinta años de adoctrinamiento escolar, con los telediarios de TV3, RAC1, y restantes cadenas, con el terror independentista en las universidades catalanas. Más allá del 21 D, todo seguirá más o menos igual, porque nada se habrá hecho para que, políticamente, cambie. Los alcaldes independentistas, los OMNIUM, los ANC, los anticapitalistas, los revolucionarios de la CUP, los anti sistema comunes o no comunes, los diputados republicanos, seguirán sorbiendo de la teta del Estado, mientras amenazan con acuchillarlo. Y es que, de ciegos es no verlo, el problema, lamentablemente, no es lo acontecido la semana pasada, sino lo consentido por los gobiernos de Madrid durante esos últimos treinta y tantos años. Hasta que, los políticos, no entiendan que todo partido político que tenga como fin estatutario el quebrantamiento del art. 2 de la Constitución, debe ser ilegalizado, seguiremos creando Junqueras, Tardas o Gabriels.
Por desgracia, lo que estamos contemplando, dejará un poso en la historia y, como tantas otras veces, llegará otro iluminado Puigdemont que, tapando el cúmulo de delitos cometidos, rememorando el 1-O, volverá a levantar una estelada, bramando contra la opresión castellana, española. Y detrás de ella acudirán los nuevos necios, siempre adoctrinados; mientras, la mayoría silenciada, la de los pacientes ciudadanos, se verá obligada a salir a la calle para reclamar que la gobiernen políticos, no leguleyos,