En estas fiestas navideñas uno recibe un montón de mails con felicitaciones, pero curiosamente hay muy pocos de estos mensajes que lleven un Belén. Más aún, por mi puesto de trabajo, recibo muchos mails de las administraciones autonómica, local y gobierno nacional y en ni una hay representado un belen. La verdad, no sé qué celebran.
A lo largo de la historia, muchos creyentes han usado su imaginación para representarse el nacimiento de Jesús. La piedad, la creatividad y la fe han suplido aquellos detalles de los que no habla el Evangelio y que, sin embargo, no resultan extraños .
Esta tradición surgió como respuesta de un cristiano corriente a un encargo de san Francisco de Asís en la Navidad de 1223. Desde entonces, se impuso esta santa tradición de representar el mayor prodigio de la historia con el nacimiento del niño Dios.
Pero a esta sociedad relativista, despistada, egocéntrica, parece que le da miedo lo sobrenatural, lo que no puede explicarse o lo que no le satisface en el momento. Así, existe el peligro de que el asombroso milagro de la encarnación resulte demasiado cursi y anodino.
Pero, más allá de los detalles, estas tradiciones navideñas son un ejemplo de la inculturación que propone la Iglesia, y un recurso valioso para ayudar a entrar con la imaginación en la historia del cristianismo. Esas tradiciones forman parte de lo que podríamos llamar la memoria de la fe, que atesoran las sociedades, por secularizadas que estén. A lo mejor es el único contacto de una persona con la Navidad.
Y el Papa Francisco lo expresa muy bien en Admirabile signum: “Con frecuencia, a los niños –¡pero también a los adultos!– les encanta añadir otras figuras al Belén que parecen no tener relación alguna con los relatos evangélicos. Y, sin embargo, esta imaginación pretende expresar que en este nuevo mundo inaugurado por Jesús hay espacio para todo lo que es humano y para toda criatura. Del pastor al herrero, del panadero a los músicos, de las mujeres que llevan jarras de agua a los niños que juegan…, todo esto representa la santidad cotidiana, la alegría de hacer de manera extraordinaria las cosas de todos los días, cuando Jesús comparte con nosotros su vida divina”.
Molts d’anys





