¡Qué triste es Venecia!

Parece que hay una especie de contubernio universal dedicado, especialmente, a loar las excelencias de la ciudad de los canales. Las teorías y los consiguientes tópicos que se derivan de los dictados de dicho “aparato” son puras patrañas, falacias disfrazadas de un esteticismo caduco y patatero.

Venecia es espantosa: la mayoría de sus calles están completamente inundadas; las aguas que circulan impunemente son putrefactas. Se muestran teñidas de un color verde moco y huelen a parir, o sea a tigre; los millones de gatos andrajosos que habitan la ciudad se dedican, sin tregua, a rasgar las bolsas de basura que cuelgan de los ancestrales portales, visualizando un paisaje desolador; en invierno, una maloliente y espesa niebla no permite ver más allá de las narices y el indecente frío húmedo, devastador, cala los indefensos huesos que, normalmente, accionan los dedos de los pies; en los meses veraniegos, un calor desmesurado (también humedo –no faltaría más: ¡es lo que hay!) deviene pegajoso y las camisas sudan la carne humana con una insistencia incontestable, ayudado por el más que desagradable sirocco, el viento típico de la región del Véneto ¡vaya por Diós!

La tan cacareada plaza de San Marcos es más un simple solar – inmenso, eso sí- que una auténtica plaza; el arte bizantino que exhibe su catedral (la basílica de San Marcos) no pasa de ser una suerte de románico pintarrajeado de colorines y doraduras, bajo sus cúpulas ampulosas e inútiles; el no menos clásico campanile es demasiado alto, no permitiendo, en modo alguno, las fotografías horizontales (que son las únicas imágenes que proceden, físicamente, del ojo humano; las pocas calles transitables sin remos, son un auténtico coñazo debido a que, cada treinta metros hay que salvar puentes con incómodos peldaños de subida y de bajada (por cierto, otra ventaja: ¡abstenerse personas con discapacitaciones físicas crónicas, con piernas enyesadas o aquella gente que arrastran carritos de bebés).

En cuanto a la “gastronomía” local, una vez superados los fastidiosos espaguetis (sumergidos en baños tomateros, los más) no queda más remedio que ir a parar al consabido fégato a la veneziana (higado recocido con cuatro cebollas ¡ya me dirán ustedes!) o a los calamares fritos que recuerdan, inexorablemente, al invento americano de la goma de mascar. Se sienten, los habitantes de tan lúgubre ciudad, orgullosos de su bebida típica, spritz, una “deliciosa” mezcla (¡horrorícense, ahora mismo: no lo dejen para mañana!) de vino blanco, agua mineral con gas y Campari – aperitivo amargo que le da al inmisericorde brebaje el toque rosadito que aúna, a la perfección, el desagradable sabor con el indecente color.

Puestas así las cosas, háganme un favor: quédense en sus magníficas ciudades o pueblos y disfruten caminando con sus propias piernas a derecha e izquierda (y no a babor o estribor), sean conscientes de lo que poseen, valórenlo en su justa medida…y a vivir que son dos días.

Suscríbase aquí gratis a nuestro boletín diario. Síganos en X, Facebook, Instagram y TikTok.
Toda la actualidad de Mallorca en mallorcadiario.com.

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Más Noticias