Resulta complicado no retrotraerse a unas sensaciones vividas durante meses, e incluso años, de forma más o menos intensa, siendo objeto de la atención mediática por un lado y forense de otro. Se contempla como pasan los días, los meses, e incluso los años, y de ser cabecera de titular, de ser portada de periódico, de abrir los informativos a todo trapo, va decayendo la información, y ya solamente aparece de tarde en tarde y de lunes en lunes. Es como si el lunes fuese el día que soporta la parquedad informativa del domingo, y se deba echar mano de lo relatado días, semanas, meses atrás. Y en ese trascurrir de los días, poco se puede hacer, sino soportar el protagonismo de la noticia y ser objeto justiciable en cierto modo impasible. Replicar, expresar contradicción con la información es caer en saco roto. E instar del instructor la práctica de pruebas, de documentales, de testificales, tampoco es acción que venga alentada por mucha esperanza de triunfo. Todo anda a la par. En el fondo, lo que se ansia es llegar a un juicio oral y, superado el trance del inaudito banquillo, aguardar que la sentencia sea favorable y no condenatoria. Aunque, su contenido, vivido lo vivido, se va haciendo intrascendente a medida que el tiempo, diligencias, noticias, informaciones, siguen su curso imparable.
Esa misma intrascendencia, con el agotamiento, es lo que empuja a buscar el cierre del asunto, de la forma que sea y en las condiciones que sean. Ya no se anhela la justicia sino el carpetazo. Ya no se trata que la inocencia sea reconocida, sino que el peso de la presunta culpabilidad cercene banquillo y prensa. En el fondo, justiciable y letrado son conscientes que vale más pájaro en mano — multa pecuniaria — que proseguir en la incertidumbre, ya no de poder acreditar la inocencia, sino de que sea estimada por el juzgador. Es el famoso consejo de abogado maestro; tener la razón y saber demostrarla son hechos importantes, pero, el que te la den, a la razón, es el anhelo real. La noticia de tal acuerdo será, a lo sumo, a dos columnas, en algún rincón de la sección de noticias forenses. Jamás en la portada, ni con un titular a tres o cuatro columnas. Ni muchísimo menos si se trata de un político al cual se le ha archivado su “caso”. Hablar de recuperación de la imagen, de la profesionalidad, incluso de la salud, después de años y años de imputación y anuncios de cárcel, y alcanzar el archivo, es completamente absurdo. Del titular en una portada con esa frase identificativa de la noticia, siempre en negritas y de un tamaño mayor al de la noticia, acompañada de la foto del protagonista, en ocasiones con grilletes, no hay recuperación posible. Es como una piedra de molino que le acompañará toda la vida, con el sambenito aquél de “algo habrá hecho”.
Atrás quedarán las noticias filtradas en medio de un secreto sumarial, las insinuaciones interesadas, las medias verdades sin mentira, los asedios de los medios, las informaciones de familiares, y tantos otros aderezos de toda imputación, ahora investigación, aventada sobre la sociedad entera en forma reiterativa y constante. Dejando de lado, naturalmente, los sabios tertulianos que, por inmersión providencial, saben de todo, hablan de todo, opinan de todo, juzgan de todo, como si fuesen el cuerpo del delito, o poco menos. No, este sistema, este método, este mundillo no permite ni facilita la recuperación. Ni tan siquiera el resarcimiento del daño en forma económica. La libertad de expresión, la libertad de información está por encima del derecho a la imagen, a la personalidad, al trabajo, a la presunta honestidad. El rebus sic estantibus anterior, en el pasado, presente o futuro del protagonista principal del archivo, nunca se dará. Igual, con el tiempo, volverá a recuperar una cartera de seguros similar a la anterior, fruto del tesón, pero poco más. Lo innegable es que, una sala de plenos, una asamblea parlamentaria, no volverá a gozar de su presencia. De serlo, vendría dado por la inexistencia de juicios paralelos, por la ausencia de inaceptables filtraciones de sumarios declarados secretos y, por encima de todo, por la existencia de una justicia más rápida, más atemperada al hecho probado y no al rumor esparcido. Esos serían los requisitos que permitirían una recuperación, e incluso propiciarían su no necesidad. Mientras ese desiderátum no llega, se seguirá contemplando el devenir durante más de un lustro de imputados o investigados a la espera del final, sea el que sea. Sin embargo, el inicio, la foto descendiendo la famosa rampa, ese perdurará más allá de toda instrucción. Aunque, puede que el interfecto se dé ánimos pensando que “el éxito es la mejor venganza”, ya que nadie ha convocado a los suyos para defender su presunción de inocencia, ni los ha llamado a caminar juntos. Con tales andamiajes y soportes, tendría razón el prestigioso presidente del Congreso, ya fallecido, cuando anunciaba que solamente podrían dedicarse a la política los funcionarios y los farmacéuticos. Obviamente, no se refería al actual senador. O a la presidente también actual.