“Existen dos formas de combatir: la una con las leyes, la otra con la fuerza. La primera es propia del hombre; la segunda, de las bestias; pero como la primera muchas veces no basta, conviene recurrir a la segunda”.
No lo digo yo, lo dice Nicolás Maquiavelo en “El príncipe”.
Puede que tratado de manera un tanto injusta por la colectividad, la obra de Maquiavelo ha sido interpretada generalmente como una oda al tirano creándose la voz “maquiavelismo” para designar a aquella “doctrina política fundada en la preeminencia de la razón de Estado sobre cualquier otra de carácter moral” y al “modo de proceder con astucia, doblez y perfidia” (según definiciones de la RAE).
En el tratado del autor florentino, se plasma la máxima de “el fin justifica los medios” a la hora de gobernar una unidad política. Maquiavelo nos muestra un escenario donde los códigos de conducta consuetudinarios se pueden cambiar si de ello depende el éxito de una empresa. “La experiencia muestra en nuestro tiempo que quienes han hecho grandes cosas han sido los príncipes que han tenido pocos miramientos hacia sus propias promesas”, comenta en uno de sus pasajes. Un clásico en el sentido amplio de la palabra.
A pesar de su procedencia italiana, Nicolás Maquiavelo (1469-1527) reconoció que uno de los príncipes que le sirvieron de inspiración para la redacción de su libro más conocido fue Fernando II de Aragón y V de Castilla, “el Católico”. Y también encuentra muestra de sus teorías en otro dirigente procedente de la Corona de Aragón: el valenciano Rodrigo Borja -Alejandro VI- de quien dice que “no hizo jamás otra cosa, no pensó jamás en otra cosa que en engañar al hombre y siempre encontró con quien poderlo hacer”.
Observamos pues que relevantes númenes de Maquiavelo nos quedan cerca.
Corolario: También existe una modalidad híbrida de “combatir”: consiste en promulgar leyes a la fuerza sin escuchar. Se llama rodillo.
