No, no son fiestas sino un caos: es un espectáculo inadmisible, botellón salvaje, suciedad industrial, desprecio de cualquier mínimo indicio de urbanidad o convivencia. Es el caos. Lo ha sido en varios pueblos y ahora también en Sa Pobla, con lo que el alcalde ha dicho que basta, que hay que replantearse qué hacer. Se veía venir: por el motivo que sea, nuestros jóvenes y nuestro verano, síntomas de cómo está la sociedad, se han convertido en algo muy simple: una orgía de alcohol y drogas, un macrobotellón donde todo vale, donde la seguridad queda totalmente desbordada, donde el sentido común se pierde. En algún pueblo la policía tuvo que llamar urgente a Palma a pedir refuerzos porque simplemente no sabía qué hacer, desbordada. Un símbolo general, una vergüenza colectiva, un despropósito que no debería provocar más que indignación pero que, estando como estamos, ni nos altera. Patético.





