¿Seremos dueños o siervos?

Es muy probable que, para muchos, las sencillas reflexiones que ofrecí (Tecnocesarismo, MD) no merezcan mayor atención. Tampoco, dado el nivel de superficialidad que, actualmente, exhibe el ser humano,  es esperable otra respuesta que vaya mucho más allá de una generalizada indiferencia. Todo es posible. En todo caso, debemos quedarnos  con el objetivo perseguido: “acabar con las viejas élites y no someterse a ninguna regla que los limite  (…). Lo que tienen en común es su odio al sistema, a la democracia liberal y sus límites, a las élites políticas, a los medios tradicionales y a las viejas formas de autoridad” (Da Empoli).

Si ese es el objetivo perseguido por el Tecnocesarismo, el ser humano tiene ante sí un reto existencial de primera magnitud. La gente, como ha ocurrido en otras épocas, se postra en adoración  ante una tecnología nueva, ‘como si fuera la Palabra de Dios’ (Margaret Atwood). Tal rendida sumisión, que ya la hemos experimentado en múltiples ocasiones, puede actuar de inhibidor de las necesarias alertas de control. La suerte no dura de modo permanente. No lo dudemos. El riesgo que se corre consiste en ser siervos de las máquinas. La oportunidad que se nos ofrece, por el contrario, estriba en ser sus dueños y ponerlas al servicio de una “sociedad más sabia, más justa y más humana” (Ainhoa Moll, DM).

El dilema, por tanto, que ya nos está acuciando, es  perentorio e inaplazable, con todas sus consecuencias. No veo que quepan términos medios. Dueños o siervos. Al final, quienes deciden son las personas (Margaret Atwood), no los algoritmos (Ainhoa Moll). Los que deciden, cómo usarlos, son las personas, que, precisamente,  aspiran a tener en sus manos, sin límite alguno, ese poder absoluto decisorio. Esta es la distopía, la representación ficticia de una sociedad alienante del ser humano.

No han de extrañarnos, pues,  las llamadas a la responsabilidad, las alertas y los toques de atención. Al contrario, porque somos responsables, hemos de hacer frente a la realidad, que ya es presente, y a la futura, que, si no le ponemos remedio, será absolutamente más invasiva. La experiencia nos enseña que “nos hemos convertido en una herramienta del ‘smartphone’’: nos usa a nosotros, y no al revés”, dijo  Byung-Chul Han el último  Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades.  En este contexto, escuchemos algunas voces recientes:

“Hoy pensamos que somos más libres que nunca. En realidad, vivimos en un régimen neoliberal despótico que explota precisamente la libertad. Ya no vivimos en una sociedad disciplinaria gobernada por la prohibición y la orden (según exploran Michel Foucault y Gilles Deleuze), sino en una sociedad del rendimiento que se cree libre y está regida por el ‘poder hacer’. Pero ese poder sin límites solo al principio produce una sensación de libertad; pronto genera más coacción que los antiguos ‘debes’” (Ibidem).

No tenemos que salir fuera de nuestra España doliente. Venimos sufriendo el odio, las fake news, la polarización extrema, que crean división y enfrentamiento. “La tecnología sin control político, sin ética, puede adquirir una forma monstruosa y volver a esclavizar al ser humano” (Ibidem). Puede conllevar una destructividad  extrema. El mismo sistema democrático no perdurará.  Para conservarlo y consolidarlo, nos ha dicho Byung-Chul Han, en recuerdo de Alexis de Tocqueville, son necesarias virtudes como ‘el sentido común, la responsabilidad, la confianza, la amistad y el respeto”. Sin ellas, “la democracia se vacía y se convierte en un mero aparato. Incluso las elecciones degeneran en un ritual vacío. La política se reduce entonces a luchas de poder. Los parlamentos se convierten en escenarios para la autopromoción de los políticos” (Ibidem).

En este orden de alertas, Mateo Valero, Director de ‘Barcelona Supercomputing Center’, nombrado Doctor honoris causa por la UIB, manifestó (DM) su preocupación por lo que se avecina: “Cinco niños tontos están dominando el mundo. Nos han hecho esclavos sin ninguna guerra y la culpa la tenemos nosotros, porque hemos decidido vivir alegres en lugar de vivir libres. En internet firmamos contratos de 100 páginas sin leer: aceptamos y les damos todo. Y usan esos datos para machacarnos, no para guiar las compras, sino para guiar nuestra mente: te pueden llevar a que pienses lo que ellos quieren que pienses. Los que tengan los datos y el cálculo dominarán el mundo. Y eso da miedo”.

Nos lo dejó advertido Francisco: "puede ser un instrumento de servicio amoroso o de dominación hostil" (58ª Jornada Mundial de las Comunicaciones). Sin duda. ¿Seremos dueños o siervos? Atrévete a responder.

Gregorio Delgado del Río

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