En una rueda de prensa le preguntaron a Héctor Cúper por qué el Mallorca no jugaba bien. “Defina usted qué es jugar bien”, fue su respuesta. Naturalmente no hubo réplica, según los usos y costumbres de hoy. Si el Barcelona, entendido como paradigma del buen juego, acabara sus partidos sin marcar goles en vez de meterlos de seis en seis, nadie alabaría su estilo preciosista. El fútbol vive de goles y victorias, recuerden a Luis Aragonés: “ganar, ganar y volver a ganar y ganar”. Todo lo demás son elucubraciones de las que se alimentan aficiones decepcionadas porque siempre la realidad rebaja la ilusión, principal motor de este negocio de locos.
Fernando Vázquez no está ni siquiera dialécticamente a la altura de los mencionados en el párrafo anterior. Por eso al acabar un partido se aferra casi siempre a lo que pudo ser, pero no fue. “Hemos hecho todo para merecer el gol” o “Sólo nos falta ganar partidos” son verdades tan obvias que ni siquiera precisan de peso para cumplir con la ley de la gravedad. Mucho más directo, Fernando Hierro no buscó excusas: “El Mallorca nos ha superado en todas las facetas del juego”. Cierto, menos en una: el marcador.
Jugar bien es saber cuáles son las armas de las que dispones y utilizarlas con acierto y a su máximo rendimiento. El Atlético de Madrid, con un modo de concebir el juego menos vistoso que otros equipos más encopetados, roza la perfección, aunque este año haya comenzado renqueante. Reside en las antípodas de los conceptos que rondan por las mentes de Messi o Modric, por citar algunos ejemplos, pero se encuentra cómodo en su idea y da gloria ver cómo la aplica.
En segunda división ningún equipo puede presumir de hacerlo bien, ninguno. Se aprecia la voluntad y la actitud de la mayoría dentro de su imperfección, pero sin su majestad el gol no hay nada que rascar y el Mallorca, probablemente por la testarudez de sus dirigentes y su cicatería a la hora de apostar por un delantero de verdad, falla en lo esencial. Así que menos lobos, Caperucita, y a afinar la puntería.
