Durante algo más de media temporada había estado pensando uno qué escribiría cuando el Real Mallorca lograse su primera victoria a domicilio. Este sábado por fin ha ocurrido ese anhelado deseo, con el triunfo por uno a dos frente al Eibar, pero aun así no sabía uno casi por dónde empezar, si por lo bien que ha jugado el conjunto de Vicente Moreno en Ipurua, si por la pizca de suerte que hubo esta vez en los momentos clave o si por la tensión y la emoción vividas hasta casi el último segundo, con los empujones y los atropellos a Manolo Reina incluidos.
Por esa citada mezcla de esperanza e ilusión, confiábamos también en que, pese al constante asedio del Eibar en la segunda parte, el Mallorca tendría alguna oportunidad para poder ampliar quizás su ventaja en el marcador. Así ocurrió afortunadamente en el minuto 78, con el oportunísimo gol de Kubo tras unos segundos previos de suspense, casi idénticos a los que vivimos hace dos jornadas cuando el japonés marcó también ante el Betis. Casi en el último suspiro, el exmallorquinista Pedro Bigas consiguió acortar distancias, pero por fortuna ya casi no hubo tiempo para nada más.
El árbitro pitó el final del encuentro y muchos mallorquinistas nos quedamos inicialmente sin palabras, porque los seres humanos —incluidos también los aficionados al fútbol— nos quedamos a veces sin palabras también por cosas buenas, por sentimientos como la alegría, la gratitud y la emoción.