Sobre la Corona

La Corona, el Rey, la Monarquía, da igual como lo denominemos, es un órgano esencial del Estado de Derecho contemplado en la Constitución de 1978 y que los padres de la patria de las constituyentes decidieron introducir de manera que su cargo carece de poder, no así como la recibió después de la muerte del General Franco a través de las Cortes Generales que amparaban al régimen. Dicen los que saben de historia que desde la jura que tomó Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, a Alfonso VI de León en Santa Gadea de Burgos. Así comienza el Poema de Mío Cid, de obligada lectura.

Resulta inolvidable recordar e invocar el tono vehemente y áspero del Presidente de las Cortes Alejandro Rodríguez de Valcárcel, el día 22 de noviembre de 1975, dos días después de la muerte del dictador, cuando tras el hoy Rey Emérito, al que tanto debemos los demócratas, juró los principios generales del movimientos (lo que algunos constitucionalistas llaman constitución abierta si bien no era más que el cuerpo legal que se había dado Franco para seguir con su tiranía) le interpeló groseramente y fuera de todo protocolo con esta frase:  si así fuere que Dios os lo premie, si no que os lo demande.

Lo anterior viene a colación a que en las Leyes Fundamentales y en la Constitución de 1978, en ambos cuerpos legales el Rey ostenta la Jefatura del Estado. Siendo el Jefe del Estado y de las Fuerzas Armadas, no habiéndose nunca, quizás aún, si de verdad sus competencias son solo representativas o hasta donde alcanza ser jefe del Estado.

Lo que es cierto es que el Rey Felipe goza del favor de su pueblo, cada vez más. Su padre el hoy Rey emérito Juan Carlos I abdicó en el momento más bajo de su popularidad; aunque personalmente sigo pensando que don Juan Carlos, a pesar de los borrones presenta ante España una hoja de servicios incuestionable en cuanto a su vida pública o de servicio a los españoles y yo, personalmente, no soy la persona adecuada para juzgar la vida privada de nadie. Seguro que conocen la expresión de Jesús cuando le presentan una mujer adultera,  el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.

El Rey Felipe no ha tenido, gracias a Dios, que pasar por un golpe de Estado pero si ha visto como su pueblo sufría especialmente en La Palma por un volcán, en Valencia por una dana y este pasado mes de agosto por los pavorosos incendios en media España. Su reacción ha sido la adecuada, la de un hombre de estado que conoce su responsabilidad y que reconoce cuando sus súbditos están sufriendo.

Don Felipe ha ido a las zonas cero de cada uno de esos desastres naturales, o no tan natural algún incendio, y ha mirado a los damnificados a los ojos, ha compartido su dolor, los ha abrazado y dado afecto y cariño. La altura moral y vocación de servicio del Rey nada tienen que ver con las del Premier Sánchez. Les llevo a la memoria la visita de ambos a Paiporta, a las primeras de cambio Sánchez huyó cobardemente abandonando al Rey a su suerte. ¿saben como se les llama a esos roedores que abandonan en primer lugar los barcos? Pues eso. el Rey se quedó y cumplió con su obligación y naturalmente también recibió improperios y barro, pero se quedó.

La última vez que pude saludarle, yo se quien es él pero él no sabe quien soy yo obviamente, fue hace alrededor de un mes en el Real Club Náutico de Palma durante el concierto de nuestro amigo común Jaume Anglada. Pocos días después Jaume sufrió un grave accidente de tráfico tras el cual la muerte le miró a los ojos pero para todos los que le apreciamos aún no era su momento y desde estas humildes líneas le deseo una pronta recuperación y volverle a ver en un escenario interpretando sus bonitas canciones.

El país no puede más y sus dirigentes han decidido pelear por cualquier absurda cuestión que no tiene que ver con la política, así los señores Sánchez y Nuñez Feijoo deberían ganarse su paga y mirar los problemas reales de este país y ponerse de acuerdo en solucionarlo, no uno en mantener su silla y el otro en quitársela. Yo, un ciudadano más, se los puedo relacionar por si los desconocen: inmigración, seguridad ciudadana, vivienda, salarios para llegar a fin de mes, precariedad laboral, ayudas a las zonas damnificadas, acabar con la corrupción que se paga con nuestros impuestos. Podría seguir pero Vds. ya los saben.

Mis últimas líneas para alguien que nos dejó el pasado domingo, fue profesor mío en 1986 de economía política en la antigua Facultad de Derecho, el Catedrático don Eugenio Aguiló, que con su aspecto de sabio despistado era una persona entrañable además de un reputado profesional de la economía, un recuerdo especial para él y los suyos.

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