Defiendo a ultranza el derecho de cada individuo a profesar la fe que considere más oportuna, ya sea budista, islámica, cristiana, hinduista o cholista, o sea, hincha del Atlético de Madrid. Cada cual se complica la vida de la manera que considera más oportuno. Nada que objetar. Pero mi defensa de la libertad de credo acaba en el momento en que el individuo trata de imponer por la fuerza sus creencias y modo de vida a otro, o simplemente utiliza su fe como coartada para ejercer la violencia en cualquiera de sus formas.
Las páginas más tristes de la historia de la humanidad se han escrito con la religión como telón de fondo: desde la persecución a los cristianos por parte del Imperio Romano, pasando por los horrores de la Santa Inquisición en España entre los siglos XV y XVIII torturando y robando a judíos, moriscos y protestantes, hasta los actuales ataques a los cristianos en Oriente Medio o las eternas guerras entre suníes y chiíes en el seno del islam, por no hablar de la vuelta al medievo que intentan imponer los talibanes de Afganistan con su interpretación de la ley islámica, son buenos ejemplos de este lado oscuro de nuestra especie.
Hay que ser muy conscientes de que, mientras que en Occidente la batalla de las libertades individuales ha sido ganada y la convivencia entre credos está normalizada, en otros lugares del planeta la situación es muy distinta: la separación entre estado y religión no existe y por tanto tampoco las libertades individuales.
El escenario político y religioso actual en Oriente medio está siendo tejido celular donde crece con metástasis el cáncer de Al Qaeda y su escisión Estado Islámico. Estas organizaciones terroristas justifican su actuación en el concepto belicista de la yihad, o sea, la obligación de todo musulmán de expandir su credo mediante la fuerza si fuera necesario, dando la vida con ello ante la promesa de una entrada al paraíso por la puerta grande. Con esta legitimación moral, aceptada por una parte minoritaria de los profesantes de la fe islámica, desarrollan su campaña de terror en el mundo para conseguir sus fines económicos e ideológicos.
Londres, Madrid y ahora Paris, han sufrido el duro golpe del terrorismo yihadista. El mundo occidental ha seguido conmocionado el ataque a la sede del semanario Charlie Hebdo en Paris, profesado por islamistas franceses captados por Al Qaeda y Estado Islámico. Sin embargo ha pasado desapercibido para nosotros el brutal atentado terrorista perpetrado esta misma semana en una mezquita chií de Rawalpindi (Pakistan) por parte de un yihadista suní donde murieron 8 personas.
El terrorismo yihadista es un problema global que afecta tanto a Occidente como a Oriente. Y como tal debe ser afrontado. La respuesta policial y militar es necesaria y debe ser contundente. Con los terroristas no hay negociación posible. No puedes llegar a un acuerdo a alguien que está dispuesto a morir con tal de que tú cambies tu manera de pensar y vivir. Sin embargo es necesario que los occidentales no afrontemos solos esta guerra. Es necesaria una gestión política y diplomática al máximo nivel para buscar alianzas en los países islámicos para que se sumen de manera enérgica a la condena del terrorismo por una parte –cosa que no han hecho hasta ahora-, y para realizar campañas policiales y militares conjuntas, olvidando diferencias de credo y de modo de vida. Solo de este modo, mostrando unidad entre culturas tan diferentes, se podrá acorralar a estos peligrosos grupos. Y aun así, no será nada fácil.