Pasamos más tiempo en el trabajo que en casa. El clima laboral favorece de una forma muy importante el bienestar y el desarrollo personal. En este sentido, pocas cosas contribuyen tanto a la felicidad como tener trabajo y desempeñar una tarea que te satisface y te llena.
Esto no quiere decir que sea fácil. El desarrollo profesional depende de la identificación individual con la disciplina a la que optas. Pero se ve influido de forma determinante por variables relacionadas directa y exclusivamente con el entorno más que con la propia actividad.
En treinta años de profesión he tenido la oportunidad de compartir trabajo y esfuerzos con miles de excelentes compañeros y con un pequeño porcentaje de individuos tóxicos. Debo reconocer que los ámbitos del conocimiento relacionados con la toxicología siempre me han atraído; pero no tienen nada que ver con este tipo de toxicidad. No aportan valor, instrucciones ni recursos de cómo sobrevivir a los compañeros tóxicos. En muchos casos hay que echar mano de la inmunidad natural.
Los compañeros tóxicos, en general, son profesionales competentes, están motivados y aparentemente se implican con la empresa. Pero si algo les caracteriza es su compromiso con la manipulación del entorno. Hacen grandes esfuerzos en mantener buenas relaciones con las personas más influyentes; se centran de forma ordenada en cuidar un amplio círculo de afectos y generar un halo de falsa eficiencia. Son lo suficientemente inteligentes para ser bien valorados por sus superiores. Lo suficientemente hábiles para utilizar el pánico como herramienta de solidaridad.
Sin embargo, normalmente tienen malos resultados. Dirigen sus habilidades, frente a la apariencia, a objetivos que nada tienen que ver con los de la organización sino personales. Por tanto, a pesar de su innegable implicación, tienen efectos devastadores para las organizaciones que los cobijan.
No dudan en manipular la información y falsear la verdad. No escatiman esfuerzos en conformar un clima de desconfianza entre los propios compañeros. No descansan en su obsesión por provocar la exclusión de las personas más válidas. En expulsar el talento. En proteger a los mediocres con la bandera de la toxicidad como valor para la supervivencia.
Dylan Minor y Michael Housman, en su publicación “Trabajadores tóxicos”, invitan a las organizaciones a visualizar la importancia del factor de toxicidad. Contamina el clima laboral, es contagioso, reduce la productividad general, aumenta el abandono de la gente válida y reduce la productividad.
También lo cuantifican. Valoran en más de 12.000 dólares el coste directo adicional al año. Afirman que es más rentable deshacerse de un trabajador tóxico que fichar a dos válidos.
Hay elementos que hacen pensar que en la administración pública, el factor de toxicidad encuentra un plus de confortabilidad que lo convierte en estructural, mutilante, en un arma de destrucción masiva del talento.





