Un filme clásico de Ulu Grosbard

Cada cierto tiempo, vuelvo a ver «Enamorarse» (1984), una de mis películas favoritas, protagonizada por Robert de Niro y Meryl Streep, dos actores que admiro muy profundamente. Su director fue Ulu Grosbard, un cineasta siempre interesante, que quizás sea hoy más recordado en Estados Unidos por sus exitosas adaptaciones teatrales en Broadway. Aun así, merecería ser reivindicado también hoy por sus películas, entre ellas «Confesiones verdaderas» (1981), «En lo profundo del océano» (1999) y la que hoy nos ocupa, realmente excelente, con un final además cinematográficamente bellísimo.

Los dos personajes principales de «Enamorarse», Frank y Molly, se conocerán casualmente en la Librería Rizzoli de Nueva York, unas horas antes de Navidad, y allí se reencontrarán, de nuevo por casualidad, justo un año después. Entre ambos momentos, los dos vivirán una hermosa historia de amor, tan bella como contenida, marcada por numerosos obstáculos y algunos miedos y temores, tantos, que a veces parece que no podrán llegar a ser superados, aunque la maravillosa banda sonora de Dave Grusin nos irá dando siempre pistas fiables en ese sentido.

El amor entre Frank y Molly irá surgiendo poco a poco, lentamente, gracias a sus encuentros casi diarios en el tren, a sus paseos, a sus charlas. Será un amor marcado sin duda por las dudas y por la culpabilidad —cuando se conocen ambos están aún casados—, por sus avances y por sus retrocesos. Cada gesto, por sencillo e insignificante que quizás pudiera parecer a otras personas, tendrá aquí un significado muy profundo y especial. Así ocurrirá cuando veamos un abrazo entre ellos, un beso, una mirada, una sonrisa, una llamada de teléfono, el suave y respetuoso tono de voz con el que se hablarán siempre o el modo en el que ambos se cogerán con ternura las manos.

«Enamorarse» planteará además, como sin querer, algunas cuestiones muy interesantes, como la importancia del azar en nuestras vidas, de cómo, por ejemplo, éstas pueden cambiar por completo sólo por el hecho de haber entrado o no en una tienda y haber hablado apenas unos segundos con una persona desconocida. En ese sentido, pueden ser igualmente importantes las decisiones que vayamos tomando nosotros mismos a partir de ese posible primer encuentro casual, al valorar si queremos ir quedando luego con esa persona que hemos conocido o si, en cambio, consideramos oportuno no verla más. Esa decisión última tendrá que ver con nuestras propias circunstancias personales y con nuestra manera de ser, que tal vez, en cierta forma, sean también fruto o dependan igualmente del azar.

Este filme ya clásico de Grosbard fue rodado cuando la pareja protagonista tenía en torno a los cuarenta años de edad. Hoy, casi treinta y cinco años después, me pregunto qué habrá sido de Frank y de Molly, si seguirán aún juntos dentro de la pantalla, y si es así, si continuarán tan enamorados como entonces. Yo creo que la respuesta en ambos casos sería afirmativa. Incluso es posible que cada año, unas horas antes de Navidad, visiten la Librería Rizzoli, el lugar donde se conocieron, donde se reencontraron, el lugar donde empezó para ambos una historia de amor de verdad.

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