Estos días ha saltado a los periódicos y otros medios de comunicación la noticia del diagnóstico en Estados Unidos de una paciente infectada por una bacteria resistente a todos los antibióticos, incluidos los que se vienen reservando como opción última para el tratamiento de este tipo de gérmenes multirresistentes, como la colistina.
Tampoco es una noticia demasiado novedosa. El incremento continuo y acelerado de la resistencia de las bacterias a los antibióticos, así como su diseminación generalizada ha sido una constante en los últimos decenios. Hace tiempo que muchos expertos vienen exponiendo el problema y anunciando la posibilidad de que llegase un momento en que tuviéramos serios problemas para el tratamiento de las infecciones.
Los antibióticos han sido, y aun son, el grupo de medicamentos que más vidas ha salvado en la historia de la humanidad. Nos han proporcionado una opción terapéutica eficaz y curativa de los padecimientos que han sido el azote de nuestra especie desde que aparecimos sobre el planeta: las enfermedades infecciosas. Solo las vacunas han salvado más vidas, al actuar en el campo de la prevención y la sinergia de ambas alternativas terapéuticas, la preventiva, las vacunas y la terapéutica, los antibióticos, ha significado el control que, al menos en el mundo desarrollado, hemos podido alcanzar sobre las infecciones.
Solo hace setenta años que disponemos de antibióticos, desde la Segunda Guerra Mundial, así que aun viven personas que conocieron la era preantibiótica y todos los que nacimos en los años 50 y 60 del siglo pasado recordamos lo que nuestros padres y abuelos nos contaban acerca de los estragos de las infecciones. La tuberculosis significaba una condena a muerte y la neumonía, la meningitis o la septicemia tenían una mortalidad muy elevada, sobre todo entre niños y ancianos; pero también infecciones en principio no tan graves, como la tosferina, la amigdalitis estreptocócica o una forunculosis podían complicarse y ocasionar secuelas graves o incluso la muerte. Infecciones como la sífilis se cronificaban y causaban secuelas gravísimas y, en última instancia, la defunción de los pacientes.
Hemos utilizado los antibióticos con demasiada ligereza, para patologías en las que eran innecesarios, en concentraciones inadecuadas y no hemos tenido el necesario cuidado en el seguimiento de las consecuencias del uso de unos medicamentos tan importantes y decisivos para nuestro bienestar.
Se ha abusado del uso de los antibióticos en los hospitales, en la atención primaria, en la medicina veterinaria y en las explotaciones e industrias agropecuarias. Los hospitales han favorecido la aparición de bacterias resistentes y son uno de los focos antropogénicos de diseminación de resistencias, pero ni mucho menos son la única causa del problema. Los residuos activos de antibióticos, que acaban induciendo la aparición, o selección, de resistencias en las bacterias ambientales, que después se transmiten a las bacterias patógenas, llegan al medio ambiente desde varios orígenes principales, sobre todo desde los sistemas urbanos de tratamiento y eliminación de aguas residuales y desde los desechos de las explotaciones ganaderas.
La utilización de antibióticos como adyuvantes en el crecimiento de los animales es una práctica muy extendida que induce la selección de resistencias y su dispersión por el medio ambiente. Se han hecho estudios que demuestran la presencia muy elevada de marcadores de resistencia en suelos agrícolas abonados con deyecciones de animales, mientras que es mínima en suelos de parques nacionales donde nunca ha habido actividad agrícola ni ganadera. De hecho, se sospecha que la bacteria multirresistente motivo de la noticia reciente apareció en China en una explotación porcina.
Se ha detectado, en multitud de estudios, la presencia de bacterias resistentes en ríos, en lagos, en el mar, en el suelo y, en general, en todas las zonas afectadas por la actividad humana, así que nos enfrentamos a un problema global.
El problema se agrava por el hecho de que en estos momentos hay muy pocos antibióticos nuevos prometedores en investigación y desarrollo. Las bacterias han demostrado ser capaces de evolucionar y desarrollar mecanismos de resistencia a un ritmo mucho más rápido que nuestras posibilidades de desarrollar moléculas nuevas.
Algunas proyecciones realizadas en estos últimos tiempos han estimado que, de continuar la evolución de la situación como hasta ahora, hacia el 2050 se producirán en todo el mundo alrededor de diez millones de muertes anuales, provocadas por infecciones que no podrán tratarse con antibióticos. La vuelta a un mundo en el que las enfermedades infecciosas, al menos algunas de ellas, no tengan tratamiento es aterradora y una demostración más de la decadencia intelectual y moral de nuestra civilización, ya que, de producirse, será por una mezcla letal de estupidez, desidia, negligencia, codicia y autocomplacencia.
Si no queremos llegar a un punto sin retorno debemos tomar medidas drásticas de inmediato. Se debe regular y controlar el uso de antibióticos, tanto en medicina humana como veterinaria. Se debe reducir el uso de antibióticos de amplio espectro. Se debería prohibir de forma radical el uso de antibióticos en la industria agropecuaria. Se debería tratar los residuos de los hospitales, residencias y centros sanitarios de modo separado, incluyendo las aguas residuales, a fin de evitar que lleguen al medio ambiente.
Y sobre todo, se debe promover la investigación y desarrollo, no solo de nuevos antibióticos, sino, sobre todo, de posibles alternativas terapéuticas, como los adyuvantes de los antibióticos, fármacos dirigidos contra los factores de virulencia de los gérmenes, compuestos que destruyan o inactiven los genes de resistencia, terapias de estimulación del sistema inmunitario y vacunas, preventivas y terapéuticas.




