Un turista, un amigo

La masificación turística -o gentrificación como estila decirse ahora- está siendo monotema social y político desde hace más de un año. Todo el mundo -residentes y turistas- se queja de lo saturadas que están las playas, las carreteras y las calles de Palma. Hay quienes abogan por eliminar el sector turístico de la faz de la tierra, otros que quieren realizar una regulación restrictiva, y otros a quienes les da miedo que se mate a la gallina de los huevos de oro.

El punto de mira se ha puesto, básicamente, sobre las viviendas de alquiler vacacional cual raíz de todos los males. Debe ser un detalle sin importancia que los guiris que llenan Magaluf y Playa de Palma de basura, vómitos y ruido se alojen en hoteles. Me resulta curioso, que el mecanismo mayormente propuesto por ciertos partidos políticos para evitar este tipo de especímenes sea la limitación -cuando no prohibición- del alquiler vacacional y no otro tipo de medidas como una mayor punición administrativa e incluso detenciones de ser necesario. ¡Qué agradecidos deben de estar los hoteleros, les hacen el trabajo! Y puede incluso de gratis, eso no lo sé.

La limitación del alquiler en edificios plurifamiliares parece del todo lógico y necesario, no resulta de recibo que vecinos tengan que aguantar excesos que en ocasiones se dan por parte de quien probablemente no vuelva más. No obstante, complicar mucho la existencia a aquel propietario de una vivienda unifamiliar es, me atrevo a decir, una temeridad a medio y largo plazo.

El alquiler vacacional ha caído como agua del cielo para muchas familias de clase media que poseen una segunda vivienda fruto del ahorro de toda la vida o de una herencia. Gracias a estos alquileres, muchas de estas casas han podido ser rehabilitadas o se ha impedido que decayeran por falta de inversión. Esta revalorización patrimonial es sin duda positiva para quien no desea que toda la humanidad sea pobre de solemnidad.

Otro de los subsectores turísticos que también ha sido criticado por su auge en los últimos años ha sido el de los cruceros. ¡Qué casualidad! ¡Otro de los que no les conviene a los hoteleros! Bueno, pues, ni que decir que se trata de un tipo de turista por lo general educado, tranquilo y con dinero para gastar en la mal llamada oferta secundaria. Saturación de calles versus ‘euritos’ y puestos de trabajo, ahí está la disquisición.

En todo caso me resulta desagradable que al turista que viene a Mallorca a relajarse y disfrutar de nuestra oferta se le dispense una agria bienvenida (no así a los hooligans que sólo piensan en beber y hacer guarradas, a estos ni agua). Les confesaré que este verano voy a cometer algo que muchos consideran un delito: sí, voy a viajar para hacer turismo. Sinceramente, espero no encontrarme en mi destino ningún cartel o pintada que me llame terrorista; no es mi intención soltar allí ninguna bomba, acuchillar a transeúntes, robar un camión para atropellar a gente o derrumbar una catedral.

Un poco de empatía no nos vendría mal. Basta con tratar así como nos gustaría que nos trataran.

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