Al más puro estilo de la T.I.A., los servicios secretos españoles espían a todo quisqui mediante un programa -el famoso Pegasus- que, por lo visto, casi se puede comprar en la planta de electrónica de El Corte Inglés, habida cuenta de que ni siquiera es exclusivo de los servicios de inteligencia estatales.
Ya es chusco que te pillen espiando -muy secretos no son los servicios- como para, encima, que todo el mundo sepa la aplicación que estás utilizando.
Todos los estados tienen, en mayor o menor medida, un lado oscuro, eso que los podemitas acostumbran a llamar "las cloacas"; solo que ahora son ellos los corresponsables de este sistema de saneamiento estatal.
Sucede, sin embargo, que, como en todo, hay grados, y mientras Rusia o China son, por ejemplo, gigantescas cloacas, las democracias occidentales tienen un cierto grado de control parlamentario de sus espías. En España, ese control se ejerce en la Comisión de Secretos Oficiales del Congreso.
Del episodio del seguimiento de las conversaciones personales de líderes independentistas y hasta de sus parejas lo peor no es el hecho en sí, probablemente inútil, porque el independentismo ha sido ya derrotado por el mero transcurso del tiempo y por el natural cansancio de hasta los más entusiastas de entre sus seguidores. Lo dramático es que a nuestro CNI solo le falta publicar en las redes sociales a quiénes espía.
Resulta perfectamente comprensible que el aparato estatal se defienda de las amenazas reales o potenciales que lo acechan. La inteligencia sirve para salvaguardar las esencias del Estado, sus principios fundamentales, su integridad, su forma política.
Está completamente justificado, luego, que el Centro Nacional de Inteligencia haga un seguimiento de los independentistas y hasta de aquellos políticos con vínculos con los enemigos de nuestro país o que buscan la ocasión para alterar por la fuerza nuestra democracia o nuestra monarquía parlamentaria.
Lo que no puede ser es que cometas un delito con el loable propósito de defender España y que te pillen a la primera con el carrito de los helados.
Y ese es el problema. Por más estupendos que se pongan ahora aquellos que se quejan de haber sido espiados, no se puede olvidar que muchos de ellos son los mismos que abogan por subvertir el orden establecido, individuos a los que el imperio de la ley les importa un comino cuando de servir a sus intereses se trata y que, sin duda alguna, hubieran hecho exactamente lo mismo en sentido opuesto... si pudieran.
Que, para resolver este patinazo de nuestro servicio de inteligencia, se esté dispuesto a informar con detalle a bildutarras e indepes del procés de las actividades del CNI es de chiste. Muy propio de Sánchez, por cierto.
Como decía nuestro sargento cuando nos contaba batallitas de sus ejercicios de supervivencia: Podéis robar si lo necesitáis para comer, pero procurad que no os pillen. Pues eso.