Lo digo sin acritud. Sin ánimo de ofender. Pero no es para menos. Lo importante no son los calificativos. Aun aceptando que determinadas crisis de salud pública son de muy difícil gestión. Reconociendo que algunos factores externos no se ven influidos por las decisiones que se toman. Admitiendo que disposiciones acertadas no siempre tienen resultados favorables. Teniendo en cuenta que la comunicación de situaciones complejas, dirigidas a 47 millones de personas y que afectan a sus necesidades más elementales, es básica y muy difícil. Aceptando todas las salvedades, el análisis de muchas de las gestiones realizadas por el gobierno en la gestión de la pandemia tiene la apariencia de lamentables.
Gestionar la pandemia con un formato de gobierno multitudinario y asambleario y con objetivos contrapuestos no es una buena opción. Con una cúpula ministerial del mando único que desconoce los contenidos técnicos básicos e imprescindibles del área de competencia a decidir, es una apuesta segura para para los errores monumentales. Un apuesta con un alto coste de oportunidad, con repercusiones invaluables y de muy difícil reparación. El miedo escénico que provoca el tránsito en áreas de las que se desconoce casi todo, impide gestionar la incertidumbre y es humana y técnicamente insuperable.
Por si lo anterior no fuera suficiente, pivotar, como parece, sobre el gabinete de comunicación la coordinación de las decisiones más importantes que van a influir en la gestión de una crisis de esta magnitud con una orientación prioritariamente política y partidista nos lleva, inevitablemente, a la calamidad.
La pandemia se debía abordar con más “profesionalidad”, con menos “autoritarismo” y con más “coordinación”. No lo digo yo, lo dice entre muchos otros, un profesional de la talla de Rafael Matesanz, gestor sanitario independiente de reconocimiento internacional que se ha caracterizado por liderar la Organización Nacional de Trasplantes ONT durante casi tres décadas y que la ha dejado como referente mundial.
Lo afirma quién ha sufrido en sus propias carnes el alto precio de tomar las decisiones correctas en contra de la insustancial opinión de superiores no competentes. De hecho, trabajó con 18 ministros. Vayan por delante dos muestras; con Villalobos, de triste recuerdo en el Paseo del Prado, se vio obligado a exiliarse a la Toscana. Ana Pastor, la mejor ministra de sanidad de la historia de España, le rescató, tres años más tarde, con el mismo presidente del gobierno, para seguir dirigiendo la política de trasplantes que se había visto obligado a abandonar. En temas social, económica y políticamente trascendentes, lo verdaderamente importante no es el color político sino con la actitud y la competencia de las personas que lo pilotan.
Illa, tiene formación, experiencia, discurso, paciencia, valentía, … talla de ministro. El problema no menor es que se han empeñado en colocarlo en un lugar y en un momento que le inhabilita para seguir siéndolo. No, no es el mejor perfil para dirigir el Ministerio de Sanidad. Ni sus esfuerzos ni sus desvelos son, ni serán, suficientes para seguir liderando la salud de los españoles en época de zozobra. El pecado, si se puede entender así, es original. Es evidente que la cuota territorial, en este caso catalana, por mucho que le deba Sánchez a Iceta en su ascenso, no era la mejor fórmula para nombrar al ministro de sanidad.
Como tampoco ayudan unas competencias sanitarias divididas en 4 cuatro, a modo de reparto, hace poco más de 100 días. Ni lo facilita, a la hora de formar gobierno, medir la importancia de un ministerio por el presupuesto o por la cantidad de competencias atribuidas. Probablemente es más importante tener en cuenta la influencia de estas políticas sobre los ciudadanos. Esta estrategia y no otra es la que ha llevado a nombrar sistemáticamente ministros cuota. No voy a recordar el nombre de los últimos 20 ministros de sanidad, porque salvo honrosas excepciones, avergüenzan. El conocimiento del sector y sus áreas de decisión, entre escaso y nulo.
En este mismo sentido, la palabrería vacía de Iglesias, con un discurso incendiario de asamblea de facultad, con afirmaciones no apoyadas en hechos, cargada de sectarismo y lugares comunes, no es el mejor representante para coordinar la política socio sanitaria del país.
La gestión de la crisis está resultando ejemplar. Ejemplo diáfano de lo que no hay que hacer para evitar la orientación del país hacia la adversidad. Un potente ejemplo, de cómo no afrontar la gestión de la pandemia. Porque debemos reconocer, que independientemente de las normas aplicadas y su gestión, los reiterados errores, descoordinación, rectificaciones e imprecisiones, nos están llevando a un estado de verdadera alarma.
Buen finde.