Tanto Halloween y nuestras historias desaparecen del colectivo popular por falta de divulgación. A mí no me gusta tanta horterada americana. Prefiero mis costumbres de esta época del año. Desde los panellets sucrats, los actuales rosarios dulces, a la visita a los cementerios el uno de noviembre. Por ello, me gusta recordar algunas de las historias de miedo, de nuestra ciudad, para contárselas estos días a mis nietos. Ayer les contaba la de la mujer que murió emparedada en la Catedral de Mallorca. Es la historia de Elisabet Safortesa Gual-Desmur. Hija de Mateu de Tagamenent, del que ha pasado a la historia su casa de la plaza que tiene hoy ese mismo nombre y que fue la casa vecina en la que residió la santa Catalina Tomàs. De hecho, la santa niña, era la sirvienta de Elisabet, quien la enseño a leer, escribir y a bordar. Al ver la santidad de Catalina, su amiga y mentora, decidió entrar también en clausura, pero la santa le dijo que nunca su cabeza sería tapada por el velo monacal. Así, Elisabet terminó casándose con un noble de la ciudad, el cual falleció al poco tiempo. La viuda quiso retirarse de este mísero mundo y después de muchos trámites, consiguió que el Capítulo de la Seu aceptase que se enclaustrase en una pequeña estancia, al lado de la capilla de Sant Pere. Corría el año 1576 y allí estuvo hasta su muerte en el año 1589. En esos años pidió que se redujese su habitáculo a la mínima expresión: cerrar la puerta por la que le llegaban los alimentos y el agua; abrir un torno típico de los conventos de clausura y cerrar las ventanas dejando solo un pequeño agujero por donde entraba el aire del mar. Por eso, la llamaban la Dama Emparedada. Hoy, aún se pueden distinguir los agujeros de la celda, la puerta antigua que se cegó y, si alimentan su imaginación aterrada, oirán los lamentos de la dama, pidiendo a Dios ayuda para sobrellevar el claustro y morir pronto para subir al cielo y encontrarse con su amiga: la santa mallorquina.
Otra noble dama mallorquina, de cuyo nombre no tengo reseñas, murió y vivió una historia de terror propia, como si hubieses sido escrita por Poe. En el siglo XVII, fallece la dama noble, cuyo cadáver fue depositado en el Convento de Santa Clara, para ser velado por la noche. Alta alcurnia exige gran boato. Y por ello, quedó a la vista del pueblo y guardada por dos soldados. Al caer la noche, uno de ellos, se echó a dormir. El otro quedó de guardia. Era tan pillo, que no dejando de mirar el gran anillo que la difunta llevaba en su dedo, decidió quedárselo antes que la enterraran. Pero el anillo no salía. Total, que decide, sacarlo con su boca. Así mordió el dedo de la muerta y …esta se despertó gritando. Las monjas, al ver a la dama más viva que nunca, primero pensaron que había sido un milagro. Pero el Obispo, más listo, reconoció enseguida que la señora no había muerto y que era un caso claro de catalepsia. Imagínense el susto que se llevo el soldado.