Una lúgubre litografía

Cuando uno suma años corre el riesgo de aparentar más viejo de lo que es porque repite las cosas. En alguna ocasión he comentado que si me dieran un euro por cada vez que me han llamado facha podría no hacerme rico, pero sí costearme una soberbia mariscada parisina digna de un baranda del sindicalismo. Y bien puedo errar en muchas de mis opiniones, incluso asumir que algunas resulten tonterías o boutades de bisoña madurez. También puedo reconocer que mis dotes de clarividencia no tienen mayor solvencia predictiva que las de una tarotista de barrio. Desde luego, mi mente no es el oráculo de Delfos. Además, esta feo eso de ir soltando aquello de «os lo había dicho». Todo lo acontecido en Cataluña en los últimos meses puede parecernos dramático, triste, bochornoso y chabacano —que lo es—, si bien no podemos decir que es nuevo, que no lo sabíamos. No soy el único, muchos lo habíamos dicho y nos trataron de alarmistas en el mejor de los casos y de fachas en la mayoría de ocasiones.

En este resumen semanal que comparto con ustedes cada domingo no voy a hablar de Cataluña. No me apetece repetir lo que he dicho mil veces ni alertar de lo que sucederá. Voy a quedarme en mi tierra —la suya, la de todos— para sólo puntualizar algunas cosas que han sucedido en los últimos días y que vuelven a ser una sorda luz de alarma en la que nadie parece reparar. Mallorca, las Islas Baleares, acabarán siendo una burda calcomanía —ni siquiera una lúgubre litografía— de Cataluña.

La primera prueba de que nuestra sociedad ha sucumbido al pancatalanismo uniformador nos la ha brindado la presidenta del Gobierno balear, Francina Armengol, en una de sus comparecencias del llamado Debate de Política General, lo que antes era conocido como Debate del Estado de la Comunidad, nombre poco apropiado porque todo el mundo sabe que el estado de la Comunidad es de puta pena y no vale la pena discutirlo en sesión parlamentaria. Uno podría ser benevolente y justificar a Armengol diciendo que ha tenido un lapsus. Creo que lo suyo sería reconocer que le ha traicionado el subconsciente. En el Parlamento soltó «cuando voy a España», y se quedó tan ancha, tan ancha como lo es la vieja Castilla que por lo visto tanta grima le da. Armengol, un día sí y otro también, le mete con una zapatilla vieja a la E del PSOE.

Nuestro glorioso PSIB —esa versión federal del PSOE transubstanciado en una copia hipócrita y acomplejada de lo peor del nacionalismo— ha alcanzado cotas mayestáticas de cobardía y sumisión. Una semana más asistimos al espectáculo de un conseller de Educación incapaz de actuar ante el adoctrinamiento en las escuelas públicas. Es incapaz de actuar porque es capaz de no hacerlo, lo que es mucho peor. No podemos esperar gran cosa del señor Martí March cuando hasta el Partido Popular mira para otro lado como si no pasara nada y, en lugar de afearle la conducta y darle barram, se suma a la milonga de que no existe tal adoctrinamiento y de que todo son, como mucho, casos aislados. Company y compañía han comprado el discurso, se han dejado poseer por el síndrome de Estocolmo nacionalista. La presidenta de las Nuevas Generaciones populares se ha dejado caer por IB3 Ràdio para decir eso, que los casos de adoctrinamiento en la educación son puntuales, que José Ramón Bauzá lo hizo muy mal al aplicar el Decreto de Trilingüismo y que todos los pollos que le montaron los camisetas verdes se debieron a que le faltó humildad. Supongo que a Vicens le aterra mirarse al espejo y repetir tres veces TIL no vaya a ser que se le aparezca Bitelchús. Nunca me han agradado los soberbios sin humildad, pero les aseguro que aún me gustan menos los que carecen de vergüenza. Vicens tiene 280 maravillosos avales con los que suplir la falta de Scottex que debe necesitar ante semejante canguelo frente a los indepes. Podrá decir lo que quiera de Bauzá. Al menos, él tiene principios.

Otro que no encuentra los principios ni barriendo debajo de la alfombra es Francesc Antich. Un tipo que lo conoce bien de merendar con él en Algaida me lo describió de la siguiente manera: «de tan bon al·lot que és, és beneït». Antich siempre ha tenido fama de santurrón, de tibio. No lo creo, no se puede llegar a presidente de una comunidad autónoma yendo de buen rollo con todo el mundo. La verdad, tampoco creo que sea un ogro. Lo que sí ha acreditado es ser poco más que un mustélido, como mucho un roedor miomorfo. No hace falta ser un Aquiles para votar en favor de la aplicación del artículo 155 en el Senado. Tampoco es necesario ponerse el traje de Conan para oponerse. Es suficiente con tener unos principios y votar. Para eso le pagamos el sueldo de senador, para que vote, para que se moje, no para que huya despavorido. Me hubiera dado igual que votara sí o no, es irrelevante que me hubiera gustado más o menos su decisión. No cabía la espantá, no en un momento en el que el país entero se va al carajo. Lo de que «necesitamos hombres y mujeres de Estado» torna aquí en broma negra.

Que la aplicación del artículo 155 de la Constitución no es el bálsamo de Fierabrás, lo sabe todo el mundo. Que hubiera otra opción, es más discutible, por mucho que hayamos escuchado a Armengol repetir lo de «Diàleg, diàleg, diàleg…», esa tontería zapateril que considera al diálogo una finalidad cuando es una herramienta. Al hilo del 155, los de Podemos de por estos lares siguen echándole la culpa de todo a Rajoy. «Un PP con sed de venganza no quería elecciones, sino el artículo 155 para reprimir. Y ahora más contra la República Catalana», ha dicho Laura Camargo en uno de esos ratos en los que le dejan ser portavoz, ahora que ha descubierto que en Podemos también existe el «aparato del partido». No seré yo el que defienda a Mariano, que llevo años dándole collejas. Creo que deberían buscarse algo más ingenioso. Podemos tiene menos argumento que una película de Transformers.

De Més hoy no voy a hablar. Si creen que lo de las aceras de Palma es mugre es que no han visitado su cuenta de Twitter.

Han pasado casi seis años de un 14 de diciembre del año 2011 en el que escribí unas palabras que pronuncié en un acto público al que me habían invitado para ofrecer una breve ponencia. «Cuando unos pocos le dicen a la mayoría cómo debe hablar, cómo debe pensar y comportarse, cual es el sentimiento nacional correcto y, lo que es aún peor, su mensaje se acepta, llega el momento de plantearnos, tal vez tarde, es cierto, la razón por la que hemos llegado a tales extremos, a la antesala de la dictadura, al cerrojazo del libre pensamiento. Sólo puede ser porque el pancatalanismo ha calado en nuestra sociedad a todos los niveles: educativo, laboral, asociativo, político…» dije entonces. Y así lo sigo creyendo hoy. Nos espera el cadalso no por los delitos que nunca cometimos sino por la cobardía con la vivimos.

Me gustaría hablarles de otras cosas, dedicar unas líneas al genio de Fats Domino o al coraje de Pinito del Oro que nos han dejado esta semana. No tengo ganas. La sombra del 98 se me ha metido en la cabeza y me duele España. Me da igual lo que me llamen. No me voy callar. Esa será otra historia…

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