Los pies humanos son feos. Creo que sobre este punto no hay nada que discutir; las cosas son como son. En la vida real hay cosas que son horribles pero que pueden llegar a tener una cierta utilidad, como por ejemplo un televisor, un bolígrafo, una tienda de campaña y, hasta si me apuran, una simple dentadura postiza. No es este el caso de las extremidades inferiores del hombre, aquellas más alejadas del cerebro: los pies.
Me parece un espectáculo indigno de una civilización más o menos culturalizada, andar por ahí mostrando estas piezas corporales sin ningún tipo de vergüenza, tanto la ajena como la propia. Durante el período estival, me pone de los nervios ir por la calle (o en un autobús o incluso dentro de la cabina de un avión) y encontrarse con conciudadanos que muestran sin pudor sus pies casi desnudos arropados por unas ligeras tiras de cuero o goma que, más que ocultar estas aberraciones físicas, ofrecen una imagen de tristeza y desconsuelo total.
En el límite de lo aborrecible se encuentran las chanclas, también denominadas chancletas, construyendo un diminutivo ridículo, cursi y a todas luces injusto; normalmente, los diminutivos tienden a ensalzar la belleza, el amor y la ternura, aunque en este ejemplo concreto la regla falla por todo lo alto. La visión de este tipo de “zapato”, inexplicable desde todos los puntos de vista, remueve las tripas del más pintado y naturalmente de toda persona mínimamente sensible. Además de dejar a la vista los dedos de los pies (horripilantes, absurdos, tétricos y dantescos) se lastiman tres de nuestros más apreciados sentidos: la vista, el oído y, en tantas ocasiones, incluso el olfato. La vista por la ya mencionada carencia absoluta del factor estético; el oído por dos motivos principales, como son el espantoso ruido que se produce con el desplazamiento de unos pies que no disponen de un cierre correcto de la parte trasera y, por lo tanto, obligan a un constante arrastre de los mismos sobre el suelo; y, para rizar el rizo, el vomitivo sonido que se obtiene cuando la planta de los pies transpira y convierte la plataforma de la chancleta en un marasmo húmedo y resbaladizo que deviene en una especie de chap-chap asqueroso e insoportable; por último, la propia acción del sudor en un movimiento inagotable propicia un potente “aroma” a tigre de Bengala.
Los pies, sin trocitos de cuero ni suelas de caucho, es decir desnudos, valen para la playa o la cama. No se deberían admitir en otras ocasiones.
¡Ahgghhhhggg!





