Mira por dónde, voy a hablarles dos semanas seguidas de educación. Pero, no es para menos. Tras la puesta de largo del pacto educativo en la que la plataforma Illes per un pacte presentó su primer documento, aclarando que se trata de un punto de partida y no de un texto para el mármol, ya han surgido las primeras disidencias, la inmensa mayoría de las cuales denotan pereza intelectual y ausencia de una lectura atenta del texto. Excuso señalárselas por intrascendentes.
De todas ellas, -la mayor parte posturas politizadas y, por ello, previsibles, a ambos extremos del espectro sociopolítico-, sin embargo, la única que realmente me ha preocupado hasta ahora es la plasmada medio de refilón por mi amigo José Manuel Barquero en su artículo semanal del Diario de Mallorca, en el que glosaba las excelencias del esfuerzo como valor fundamental de la enseñanza, con el sagaz estilo que es su signo de identidad, y a propósito del libro del gran Toni Nadal, artífice en gran medida del éxito de su sobrino
Solo quien no ha asistido a las interminables sesiones de preparación, a lo largo del último año, del documento presentado por la plataforma -partiendo en muchas ocasiones de posiciones que inicialmente podían parecer irreconciliables-, puede dudar de que el esfuerzo no estuviera presente en la mente de todos y cada uno de los sesudos y generosos profesionales de la educación que trabajaron duramente para su consecución, que ha significado lograr algo hasta ahora inaudito: un consenso que ha permitido adherirse a sus postulados desde la CAEB a la Assemblea de docents, con otra cincuentena de organizaciones de todo el archipiélago.
Y alcanzar el consenso requiere renuncias, qué duda cabe, pero nunca nadie planteó la de omitir expresamente las referencias al valor del esfuerzo, porque si así hubiera sido, quien esto suscribe se hubiera levantado de la mesa sin dudarlo.
El documento recién presentado tiene defectos, seguro, y probablemente no sea ninguna joya de la literatura negociadora, como a menudo sucede en los textos escritos a cincuenta manos. Pero, en cambio, tiene un enorme valor, porque quienes hoy lo critican no serán capaces de presentar ni un solo ejemplo más en todo el estado de una iniciativa de la sociedad civil en la que, desde todos los ángulos posibles, los profesionales de la educación hayan intentado definir puntos comunes sobre los que asentar una mejora del sistema, sin la más mínima interferencia del poder o los partidos políticos.
Ese es su valor principal, junto con el hecho de constituir, como decía al principio, un punto de partida sometido a mejoras, aportaciones y nuevos elementos de acuerdo, pues se trata de un documento vivo y abierto, algo que quizás no hayamos sabido transmitir suficientemente.
Personalmente, me importa un bledo si el esfuerzo es un valor ideológicamente atribuible a la derecha, lectura que, en cualquier caso, me parece errónea. El sacrificio, la contención, la mesura, la empatía, el respeto al prójimo y un largo etcétera son valores que nos convierten en seres verdaderamente humanos y sin los cuales la educación en sí misma no existiría, pero no por ello debemos esperar que aparezcan expresamente plasmados en un documento de bases para la mejora del sistema que únicamente busca apuntar líneas y medidas correctoras concretas para empezar esta ardua tarea. El documento del pacto no es la panacea, claro, ni pretende –aunque lo desee fervientemente- arreglar todos los problemas de la educación en nuestras islas.
Finalmente, no puedo ocultar que me ha dolido especialmente la referencia de mi amigo a la cuestión lingüística, cuando acusa al pacto con un “por supuesto” que me suena a prejuicio, de proclamar “el catalán como única lengua vehicular de la enseñanza”. Y es que, simplemente, el texto del pacto no dice en momento alguno tal cosa, que yo personalmente rechazaría por ir en contra de la simple normalidad mental. El pacto, por el contrario, plantea un modelo en el que se avance hacia el plurilingüismo desde el conocimiento de las dos lenguas oficiales, la catalana y la castellana, con preparación de los docentes y recursos para los centros, y teniendo siempre en cuenta el distinto uso social que ha de tener una lengua oficial y una lengua extranjera. Lo que sí señala el documento es que el sistema debe asegurar que el catalán sea lengua vehicular en la escuela, es decir, que no vayamos, como sucede por ejemplo en el País Vasco, a un modelo hermético de escuelas en catalán, escuelas en castellano y escuelas multilingües, que cree compartimentos estancos en nuestra sociedad sobre la base de la lengua de los padres de cada uno.
Dicho de otro modo, el sistema educativo debe asegurar que se aprendan las dos lenguas oficiales por igual, aunque para ello deba compensar las carencias de los estudiantes y establecer diferentes porcentajes de enseñanza en una u otra lengua en función de su entorno, la lengua habitual del alumno y resto de condicionantes, aspectos que nos conducen irremisiblemente a una mayor autonomía de los centros –otro valor esencial del pacto- para adaptarse a ellos.
En cualquier caso, matizada o no, bienvenidos sean la crítica y el debate, sobre todo si proceden de mentes tan bien amuebladas como las de mi amigo José Manuel, que seguro que tiene muchas y brillantes ideas que aportar.





