El 13 de brumario del año IX, es decir, el 4 de noviembre de 1800, nació en Francia el Sistema Métrico Decimal que, con el tiempo, ha dado lugar a un Sistema Internacional de Unidades que redunda en el entendimiento entre diferentes países con tradiciones métricas muy distintas, como a menudo nos recuerdan los crucigramas, los registros de la propiedad de Mallorca y el libro de cocina de Madò Coloma Abrines.
Sin embargo, no hay manera de que la métrica homologada se asiente en el mundo político. Los hay incluso que utilizan distintas varas de medir y unidades para conceptos que, pese a tener el mismo nombre -corrupción, totalitarismo, fascismo, etc.- los mortales percibimos que no valen igual.
Sin ir más lejos, los socialistas en general y los del PSIB en particular tienen un infinito juego de medidas morales en función, no de los hechos objeto de medición, sino del protagonista de los mismos. Es una especie de moralidad cuántica, en la que no es ya meramente que el observador influya en el comportamiento del objeto observado, sino es que el ejecutor de un hecho el que determina la medida ética del mismo. Sin duda, algo prodigioso.
Por ejemplo, que el Presidente del Parlament, Gabriel Le Senne, tenga un mal día y reaccione desproporcionada y torpemente a una provocación e incumplimiento del reglamento por parte de dos diputadas del PSIB -miembros de la Mesa- resulta algo inaceptable para los socialistas, pues acredita un fascismo de nacimiento que comporta necesariamente su dimisión y, si ello fuere posible, su público apedreamiento popular.
En cambio, que la Presidenta del Congreso, Francina Armengol, esté enredada por un caso de corrupción de su partido al haber malgastado millones de euros públicos en la compra de cubrebocas inservibles, adquiridos a la empresa de un delincuente con -que se sepa- dos antecedentes penales -Koldo García, condenado en 1995 a 2 años y 4 meses y en 2011 a una multa, por sendos delitos de lesiones- es algo sin reproche moral alguno, porque Koldo era, según Pedro Sánchez, ejemplo de socialista vasco (‘el último aizkolari socialista’) y además, amigo y subalterno para todo del amiguísimo de Armengol, el defenestrado José Luis Ábalos, hoy afecto de peste bubónico-política y, como tal, depurado en el lazareto del Congreso.
Continuemos. Javier Milei, una de las muchas reencarnaciones de Belcebú en la Tierra, es sin duda un tipo pluscuamfascista patológico, porque, pese a haber ganado las elecciones de su país con 14 millones y medio de votos -con tres millones de diferencia con respecto al candidato progre-, osó mancillar la efigie sin mácula del bello Sánchez. Merece, por ello, arder en el averno de la política y la retirada de la representación diplomática española de la República Argentina, algo que pagan nuestros compatriotas allá.
En contraste, el intelectual bolivariano, Nicolás Maduro, íntimo del prócer español por antonomasia, José Luis Rodríguez Zapatero (futuro candidato socialista a Nobel de la Paz), es un demócrata de toda la vida que gana elecciones en las que vota el 134% del electorado pese a que las actas demuestren (nimio detalle sin importancia) que ha sido barrido en las urnas. Y el embajador de España en Caracas sigue gozando del festivo ambiente caribeño en el que se solazan y refocilan los afortunados ciudadanos de Venezuela, que, pese a todo, no saben medir bien -les hace falta, sin duda, una cinta métrica socialista- la suerte que tienen de haber conseguido anclar a Maduro al poder con Loctite de fabricación rusa.
Tampoco las víctimas de la barbarie pesan lo mismo en las básculas socialistas si son de ideología izquierdista o, por poner, católicos practicantes. La joven comunista Aurora Picornell es, por ello, incomparablemente más inocente que el sacerdote de su misma edad -24 años- Joan Huguet Cardona, asesinado en las casas consistoriales de Maó de un tiro en la sien el 23 de julio de 1936 por el brigada republicano Pedro Marqués Barber, eso sí, previo requerimiento de este al religioso para que escupiera sobre el crucifijo y el rosario que llevaba al cuello, tras haberlo obligado a desnudarse.
El epílogo de esta sanguinaria historia es que, tras la Guerra, Marqués fue fusilado -aplicándole el entonces vigente Código de Justicia Militar de 1890- debido a los múltiples crímenes cometidos e incitados por él y, por ello, los socialistas lo han incluido ahora entre las víctimas del franquismo. En este caso, se conoce que a los socialistas la cinta métrica se les había atascado con el orín producido por la sangre de las víctimas de la República.
Por último, no quiero dejar de señalar las diferencias métricas que el panfleto socialista denominado Diario de Mallorca -en su día, medio preferente de las hazañas de Subirán y Penalva- encuentra con relación a los políticos y sus comportamientos privados.
Que Joan Monjo, ingeniero jubilado y exitoso y eficaz alcalde de Santa Margalida, tenga lazos familiares con personas que explotan en otro municipio un agroturismo que ha tenido un complicado trasiego ante la administración turística, sin duda merece la pública e inmisericorde lapidación a la que el citado medio periódicamente acostumbra a someter a políticos no socialistas, ya sean del PP, de Unió Mallorquina, de Vox o de incómodas formaciones independientes municipales. Como Monjo tiene también lazos familiares con Joan March Ordinas, que en su día cometió delitos tales como financiar y regalar la Casa del Poble a la UGT de Balears, sin duda, tiene que ser un fascista de tomo y lomo y debe por ello ser depurado.
Nada que objetar, en cambio, del hermanísimo del Presidente del Gobierno o de su santa esposa, la iletrada Begoña Gómez, catedrática poderis causa y propietaria por usucapión de rentables aplicaciones informáticas, pues pese a estar siendo ambos investigados por la justicia penal, su condición de familiares del líder socialista les protege de todo mal y les exime del código lapidatorio de medios tan plurales e independientes como El País, La Ser o la citada hoja parroquial socialista de Mallorca.