En el minuto 67 del partido la grada dedicó a Fernando Vázquez una sonora pitada al sustituir a Lago Jr. que desbordaba por velocidad a la lentísima zaga local, por Dejan Lekic, el delantero torpón que no convence a extraños y menos a propios. Dos minutos después el Zaragoza se adelantaba por segunda vez en el marcador y se reproducía la bronca acallada milagrosamente por el gol del empate que obtenía el serbio al peinar de cabeza el lanzamiento de una falta por Moutinho. Un detalle, como otros de la noche, que no redime al entrenador que, de nuevo, parece haber salvado su cabeza tacita a tacita o, lo que es lo mismo, puntito a puntito.
El resultado final responde a pequeños o grandes detalles que evitaron un sopor mayúsculo, porque el Zaragoza demostró con creces el por qué de su irregular campeonato y, pese a ello y a gozar de mejores oportunidades, el Mallorca volvió a chocar con su falta de equilibrio. Si el técnico de Castrofeito afirmaba el viernes que no veía como el visitante podía ganar, estuvo a punto de contemplarlo y la respuesta es sencilla: con una plantilla superior a la de muchos de los competidores de la categoría, no ha sido capaz de confeccionar un bloque, un conjunto que no depende de las individualidades que reclamaba en la misma rueda de prensa.
Brandon pone la máxima intensidad, a veces con precipitación, Juan Domínguez dirige la orquesta, Juan Rodríguez se busca a si mismo, mientras Moutinho se ha quedado para tirar las faltas y Culio para provocarlas. La lotería volvió a tocar en casa, pues el primer gol local salió de las botas de Company que entró en juego debido a la lesión de Campabadal, y en un error imperdonable de la retaguardia aragonesa. Pero la suerte influye en todo juego y la que dio la espalda más allá de la media hora en un balón que nadie fue capaz de empujar sobre la misma línea de la meta defendida por Ratón, a cuya secuencia vivo el golazo de Juan Muñoz que abría el marcador, con Santamaría buscando setas.