Hacía varios años que no tenía la posibilidad de viajar en tren y, sin embargo, el destino ha querido que hoy vuelva a tener entre mis manos un billete Madrid–Valencia en AVE, una ruta que recorría con frecuencia en otra etapa de mi vida. Apenas he tomado asiento y ya siento esa mezcla de nostalgia y serenidad que solo me regala el tren.

¡Me encanta viajar! Quizá porque en cada trayecto encuentro un pequeño paréntesis en el que el mundo se desacelera. Y hacerlo en tren, además, me relaja de una manera especial. El tren tiene algo que no tienen otros medios de transporte: la sensación de que el tiempo recobra su verdadero ritmo. No hay prisas absurdas, no hay colas interminables ni controles que nos recuerdan que volamos entre multitudes y protocolos. Simplemente te sientas, respiras y dejas que la geografía se deslice por la ventanilla.

En este viaje vuelvo a comprobar que el tren te permite recuperar placeres que, en el día a día, a veces se nos escapan: leer sin interrupciones, escribir con inspiración renovada, mirar por la ventana sin un destino más allá de contemplar. Incluso disfrutar de una comida sencilla mientras el paisaje avanza pausado. Es una forma de viajar que invita a bajar revoluciones, a sentir más y a pensar mejor.

Y debo confesar algo: aunque viajar en avión se ha convertido para mí en una rutina casi divertida —algo a lo que he aprendido a quitarle peso, a normalizar y, en cierto modo, hasta a disfrutar—, los trenes siempre han ocupado un lugar distinto en mi corazón. Tal vez porque representan movimiento sin brusquedades, desplazamiento con consciencia, viajes donde el trayecto es tan importante como la llegada.

Pensaba en todo esto mientras el AVE tomaba velocidad y el paisaje castellano empezaba a difuminarse. En un mundo donde todo es inmediato y donde cada minuto parece tener dueño, viajar en tren es casi un acto de resistencia. Un recordatorio de que necesitamos espacios para reconectar con nosotros mismos. Que no todo tiene que ser rápido. Que no todo tiene que ser urgente.

Quizá por eso este viaje me ha sabido a reencuentro: conmigo, con mis pensamientos, con esa parte de mí que disfruta del simple hecho de observar. Porque viajar no es solo desplazarse, es permitir que algo en ti se mueva también por dentro.

Mientras escribo estas líneas, escucho el murmullo suave del vagón, ese sonido característico del tren que mezcla motor, velocidad y calma, y pienso en cuántas veces necesitamos volver a estos lugares de pausa para recordar lo esencial. A veces los mejores viajes no son los que nos llevan lejos, sino los que nos devuelven al centro.

Llego a Valencia en unas horas. Podría decir que tengo prisa, compromisos o una agenda que me espera… pero sería mentir. Hoy solo quiero aprovechar este viaje, saborear cada kilómetro y agradecer que, de vez en cuando, el destino nos regale una oportunidad tan sencilla y tan valiosa como esta: viajar sin prisa, pero con alma.

Beatriz Vilas

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