Yo amaba el cine de Robert Benton

El pasado domingo moría en Nueva York, a los 92 años de edad, el director y guionista norteamericano Robert Benton, uno de los cineastas del último medio siglo por los que yo había sentido siempre más afecto y admiración.

La primera película que vi de Benton fue el drama judicial Kramer contra Kramer, que me encantó. La vi en el Metropolitan Palace, en la primavera de 1980. Yo tenía entonces dieciséis años y soñaba con ser director de cine, así que contemplaba cada película no sólo como espectador, sino también como aprendiz de un oficio que consideraba maravilloso. Y Benton me pareció desde el primer momento un muy buen profesor, del que yo podría aprender mucho si me esforzaba en ser un buen estudiante.

De Benton sabía entonces que con anterioridad había sido coguionista de clásicos modernos como Bonnie and Clyde, El día de los tramposos o ¿Qué me pasa, doctor?, y que era un gran admirador de la Nouvelle Vague —en especial de François Truffaut—, lo que aún me unía más a él. De hecho, el director de fotografía de Kramer contra Kramer había sido el español Néstor Almendros —también muy querido por mí—, que en aquella época era conocido sobre todo por sus trabajos previos con Éric Rohmer o con el propio Truffaut.

En la ceremonia de los Oscar de 1980, la gran favorita a priori era Apocalypse Now, del maestro Francis Ford Coppola, pero Kramer contra Kramer daría la gran sorpresa, al alzarse con cinco estatuillas, incluidas la de mejor película y la de mejor director. Los otros tres galardones para dicho filme fueron en las categorías de mejor actor principal (Dustin Hoffman), mejor actriz de reparto (Meryl Streep) y mejor guión adaptado.

Esencialmente, Kramer contra Kramer nos contaba con sensibilidad y ecuanimidad el complejo proceso de divorcio de una pareja y la posterior lucha en los tribunales entre Ted Kramer y su exesposa Joanna por obtener la custodia de su único hijo, del que inicialmente sólo se había hecho cargo su padre tras la marcha voluntaria de la madre del hogar familiar. El desenlace final de esta historia sigue siendo todavía hoy uno de los más hermosos y emotivos del cine contemporáneo.

Tras Kramer contra Kramer, Benton rodaría sólo siete películas más a lo largo de las tres siguientes décadas, entre ellas las muy notables En un lugar del corazón, Ni un pelo de tonto y Al caer el sol. La última película que dirigió fue El juego del amor, filmada en 2007, que, sin ninguna duda, es una de las películas de mi vida.

Hace dieciocho años, yo era ya por fin consciente de que nunca llegaría a ser director de cine, pero seguía aprendiendo de Robert Benton, en especial de su clasicismo narrativo con la cámara y de su mirada como 'filmmaker', una mirada casi siempre compasiva e indulgente hacia las faltas o las culpas de los seres humanos, como podíamos constatar ya en una de sus obras más tempranas, la injustamente olvidada El gato conoce al asesino.

Por suerte, no he dejado de aprender nunca de él, pues en casa tengo desde hace ya algún tiempo todas las películas que rodó y que revisito con frecuencia, incluida una edición especial en DVD de Kramer contra Kramer, que iba acompañada de un libreto escrito por la excelente crítica y ensayista Cristina Álvarez.

«Kramer contra Kramer es una muestra perfecta de la concepción del cine que respiran las películas dirigidas por Robert Benton», afirmaba con razón Álvarez, quien añadía que sus obras nos mostraban a un cineasta «de estilo sobrio y preciso», preocupado por «las historias íntimas y por los asuntos de la vida cotidiana». Álvarez escribió aquel libreto cuando Benton llevaba ya dos años retirado, por lo que ese texto tenía el valor añadido de ofrecernos una visión global sobre el conjunto de la trayectoria fílmica de este gran director.

La primera persona que me informó sobre la muerte de Robert Benton fue mi buen amigo Carlos Iglesias Díez, poeta y crítico literario de los buenos —de los buenos de verdad—, que desde hace años es también un convencido «bentoniano» como yo.

Si la valía o la vigencia de cualquier creador recién desaparecido se midiera únicamente por las necrológicas que tanto en número como en contenido se le puedan dedicar, habría que concluir que Benton no contaba ahora mismo en España con muchos más fans que Carlos y yo, pues la mayoría de medios emplearon teletipos de agencia para informar sobre su fallecimiento. La única excepción en ese sentido fue el magnífico obituario que publicó la periodista Sofía Campos en La Razón.

Tras la muerte de François Truffaut en 1984, Néstor Almendros escribió en Días de una cámara: «Perdí a Truffaut, pero me queda Benton». Hoy tendríamos que actualizar esa preciosa y muy ajustada declaración de amor, que yo había hecho también mía entonces, pues Almendros fallecería en 1992 y Benton lo acaba de hacer ahora. Ninguno de ellos está ya físicamente con nosotros, pero sé que los tres habitarán para siempre en mi corazón y en mi memoria.

 

 

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