La noche de los gigantes

Cinta icónica

La noche de los gigantes

Escena de la película La noche de los gigantes con dos personajes principales.
Una escena icónica de La noche de los gigantes, un western de 1968.

La noche de los gigantes (1968) es una pequeña joya a reivindicar, una reivindicación que debería hacerse extensiva a su director, Robert Mulligan, y a su productor, Alan J. Pakula, que durante años conformaron un tándem de primer nivel que ya nos había ofrecido con anterioridad una obra maestra como Matar a un ruiseñor (1962).

Además, en La noche de los gigantes merecen ser elogiados igualmente el guionista, Alvin Sargent, y el director de fotografía, Charles Lang, que fueron otros dos grandes de Hollywood.

Al igual que ocurría con otro gran western algo anterior, Duelo en Diablo, podemos afirmar que La noche de los gigantes es también fascinante desde sus mismos títulos de crédito, cuando vemos aparecer por el encuadre superior izquierdo de la pantalla a un explorador corriendo sigilosamente por una colina, mientras al mismo tiempo empezamos a escuchar el bellísimo y melancólico tema principal de la película, compuesto por Fred Karlin.

Este magnífico filme crepuscular nos cuenta una historia que nos atrapa ya desde el primer instante, cuando conocemos que un reconocido rastreador del Ejército, Sam Varner (Gregory Peck), ha decidido retirarse e irse a vivir a un rancho que ha comprado en Nuevo México.

Portada de la película La noche de los gigantes con Gregory Peck
Portada de la película La noche de los gigantes, protagonizada por Gregory Peck.

Pero antes de hacerlo ayudará de manera desinteresada, incluso poniendo en peligro su propia vida, a Sarah Carver (Eva Marie Saint) y a su hijo, que huyen del padre del pequeño, un indio especialmente sanguinario llamado Salvaje. El mejor amigo de Sam, Nick (Robert Forster), explorador de origen indio, jugará un papel muy importante en la resolución de esta historia.

Entre las muchas virtudes de La noche de los gigantes se encuentran la elegancia y la perfección técnica con que está rodada por Mulligan, la autenticidad que transmiten todos los actores —¡cuánta tristeza y melancolía hay en la mirada de Eva Marie Saint!—, la importancia que se concede al paisaje o la tensión ascendente con que se desarrolla la intriga principal del filme.

Otros aciertos a destacar de esta obra son la sutileza con que se nos cuenta la preciosa historia de amor que poco a poco va naciendo entre Sam y Sarah o la defensa implícita que se hace del valor de la amistad.

Tanto Sam como Nick, son dos seres esencialmente retraídos y solitarios, pero a la vez también empáticos y compasivos. Lo puedo corroborar porque como espectador yo «asumía» ambos roles de forma alternativa.

Además, el personaje que interpreta Gregory Peck en La noche de los gigantes nos recuerda mucho a su Atticus Finch de Matar a un ruiseñor, porque es íntegro y vulnerable al mismo tiempo, porque cree en unos valores y porque llega a poner en riesgo su vida para defenderlos.

Gracias a westerns como Duelo en Diablo o como La noche de los gigantes, algo cambió para siempre en mi manera de ver las películas del Oeste. Es cierto que antes de descubrir esos filmes era ya consciente de la importancia de la honestidad, el comportamiento ético, la lealtad o el respeto a la ley, pero a partir de entonces aprendí también que la pérdida, el dolor, la soledad, la injusticia o el sufrimiento no están vinculados nunca a una nacionalidad específica o al color concreto de una piel.

Imagen de Josep Maria Aguiló

Josep Maria Aguiló

Nacido en Palma en 1963. Licenciado en Filosofía por la UIB. Periodista y escritor. Mi último libro publicado es 'El retorno de los duendes'. Además de redactor en mallorca diario.com, colaboro también en Última Hora y El Debate.
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