El pasado viernes 24 de octubre, Byung-Chul Han, filósofo y teólogo alemán de origen coreano, recibió el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades. Han es uno de los grandes pensadores del malestar de nuestro tiempo. Me interesa porque integra el elemento tecnológico como desencadenante de ese malestar, como parte fundamental del análisis. No tienen la culpa de todo, pero sale en la foto. Está ahí. Queramos o no, forma parte de nuestra realidad. Y eso requiere atención y pensamiento y en eso está Han. Un pensamiento, por cierto, basado en la necesidad de unos valores, del reconocimiento de un alma humana. Todas estas afirmaciones suenan a antiguas, a superadas. Pero lo cierto es que esa concepción de superación es parte del problema que nos ha traído hasta aquí. Han dosifica extraordinariamente sus intervenciones, no le recuerdo ninguna rueda de prensa, ni para presentar sus libros. Por eso y porque el Premio Princesa de Asturias le da voz, he seguido con detalle sus intervenciones públicas en Oviedo y Gijón.
¿En qué está ahora? “Lo que me tortura es la crisis del liberalismo occidental y de las democracias liberales” ¿Cuál es el origen de esa crisis? Según Han la incapacidad de generar contenidos que permitan llenar los vacíos que genera. Dicho de otra manera: hemos conquistado nuestra libertad sí, pero ¿para qué? Se han agotado los símbolos. Hemos perdido la capacidad de enunciar, de decir cuáles son los valores y objetivos hacia donde se orienta nuestra sociedad. La libertad sin estos valores deviene en arbitraria, aleatoria. Y por tanto, es una libertad vacía, carente de significado.
Esto tiene importantes consecuencias en nuestro modo de organización política, las democracias representativas. Citando a Tocqueville explica que la democracia necesita algo más que procedimientos. Más que elecciones, más que parlamentos. Son necesarias ciertas costumbres, hábitos, virtudes de los ciudadanos: el sentido de comunidad, la responsabilidad, la confianza mutua. Y sí, lo han adivinado, la cosa no va por ahí. Podemos afirmar que estos hábitos o no existen o están extraordinariamente limitados. La política ha devenido en lucha de poder. No importa el contenido de la acción política en sí. Importa en términos de conservación del poder, de la influencia; tacticismo cínico. No sé si esto les suena de algo.
Y luego está la desigualdad, en métricas similares que a principios de siglo XX, y creciendo. La prosperidad es inalcanzable para cada vez más. El neoliberalismo ha generado muchos perdedores y en la canalización del malestar de esos perdedores está la respuesta al auge del autoritarismo, de los autócratas (este proceso está muy bien contado en “La era de la revancha”, de Andrea Rizzi). Y como superconductor, como catalizador, las redes sociales; cámaras de eco que refuerzan nuestros sesgos para capturar nuestra atención, ajenas a cualquier noción de consistencia ni orientación; máquinas/algoritmos programados para hacer que las personas estemos la mayor cantidad posible de tiempo conectados y generando la mayor cantidad posible de interacciones. IA trabajando desde hace más de veinte años en el cribado, selección y categorización de consumidores, recopilando información para hacer una apuesta sobre nuestro comportamiento futuro. No somos el producto. Somos la materia prima del producto. Somos ganado. “El neoliberalismo ha hecho del ser humano ganado, y el ganado no se rebela. Va al establo y se alimenta, en nuestro caso, con bienes de consumo e información. Mi esperanza es que el sistema, con sus grietas, destruya sus propios fundamentos”. Todo esto suena fatal y mi amigo E. que tiene la amabilidad y paciencia de leerme, me dice que muy bien, pero que demasiado apocalíptico. Así que, sí, sin duda: hay y debe de haber esperanza. Porque este es nuestro tiempo, y a él nos debemos. Afirma Han en el Teatro Jovellanos de Gijón que “ser libre originalmente significa estar rodeado de amigos, ese es el estado en el que es posible ser libre, estar en comunidad. Yo apostaría por la libertad en clave de la amistad. Tenemos que hacer más fiestas, celebrar más y consolidar nuestra comunidad». Vaya. Quién nos lo iba a decir: más fiesta y más siesta.


