La Iglesia Católica, a través de su inefable Santo Oficio, condenó en 1633 a Galileo a prisión perpetua por decir la verdad: que la Tierra giraba alrededor del Sol, y no al revés.
Miguel Servet, eminente fisiólogo y religioso, fue directamente quemado en la hoguera en 1553 por ese mismo Tribunal de la Inquisición.
Charles Darwin no fue “perdonado” por la Iglesia Católica hasta 1996 por su terrible idea del evolucionismo frente al absurdo y acientífico “creacionismo”.
No se trata ahora de hacer un listado, que sería extenso, de los errores científicos de la Iglesia Católica, o de cualquier Iglesia, defendidos por sus fieles a golpe de hoguera, excomunión o admoniciones diversas sobre el fuego eterno.
Se trata de decir, simplemente, que la Iglesia no da una en temas científicos, y aunque no creo que la Ciencia y la Fe sean estrictamente incompatibles, las explicaciones que dan de los asuntos sí suelen serlo.
Todo esto viene a cuento de la reciente aparición del temario de la asignatura de Religión que, a mayor gloria de Wert, se ha vuelto a introducir en nuestras aulas.
¿Realmente queremos que en los colegios se explique el Cosmos como producto de la creación divina?
¿Estamos de acuerdo en que se les inculque a nuestros hijos que no existe la felicidad sino a través del papel del Salvador?
¿Es esta la formación del futuro?
Ya solo falta que los obispos lleven bajo palio al Ministro para que nos instalemos, definitivamente, en nuestro particular Antiguo Régimen por la Gracia de Dios y nos situemos al frente del ranking de países casposos, por delante incluso del Vaticano, cuyo Jefe de Estado, el Papa Francisco, vive en condiciones mucho más humildes que el Cardenal Rouco Varela, que solo considera dignos de su persona los 370m2 de casa en exclusivo barrio madrileño para su retiro espiritual. No compararemos otros aspectos entre uno y otro, porque Rouco también merece que seamos misericordiosos con él. Aunque él no entienda esa palabra.
España es un Estado aconfesional, que es casi lo mismo que decir laico, aunque no es igual.
Sin embargo, y a salvo esos matices entre un concepto y el otro, lo que es evidente, al menos en mi opinión, es que la formación religiosa en una sola fe o, dicho de otra manera, el adoctrinamiento religioso diseñado por la Conferencia Episcopal mediante fondos públicos y con la complicidad del Gobierno no puede tener cabida en nuestro sistema educativo.
La formación religiosa es un aspecto exclusivamente del ámbito privado. Pertenece a la familia y a la parroquia, y no al Estado ni a los recursos públicos. Cada familia debe tener derecho a profesar una religión u otra o no profesar ninguna. En su esfera privada. Con plena libertad aunque siempre con respeto a los derechos humanos y a las leyes.
Pero trasladar ese adoctrinamiento propio del ámbito familiar o parroquial a los centros públicos es una política reaccionaria inaceptable.
No se trata de que sea o no sea optativa. Tampoco se trata de que sea o no evaluable. Se trata de que en España no puede caber el adoctrinamiento religioso en los centros públicos, impartidos por profesores pagados con fondos públicos pero que selecciona la Iglesia Católica de acuerdo a criterios que vulneran nuestra legislación laboral.
Lo que se haga en los centros privados o incluso en aquellos centros concertados confesionales cuyos alumnos lo sean porque los padres así lo quieren y no porque no quede más opción podría ser harina de otro costal. Lo dejaré a la opinión de mi amigo Marc González, escribiente también en estas columnas virtuales.
Pero en los centros públicos no cabe el adoctrinamiento, aunque sea optativo. Y el Estado no puede ser, como ha venido siendo secularmente, el felpudo de los obispos. La Iglesia debe poder opinar de todo, pero solo puede mandar en las conciencias de aquellos que así lo consientan.
Personalmente, si algún día a un hijo mío le tuvieran que explicar el origen del Hombre, preferiría que le hablaran de Atapuerca que de Adán y Eva. Y preferiría que nadie, nunca, tuviera la caradura de decirle que jamás será feliz siendo ateo como su padre.