Hace casi nueve meses, cuando ya empezaba a estar claro que lo del coronavirus era una pandemia, se indicó por parte de las autoridades que se debían de tomar medidas para “ganar tiempo” hasta que llegara una vacuna. De hecho, en los discursos de Pedro Sánchez de marzo ordenando el confinamiento general y absoluto de la población, esta expresión se usó en muchas ocasiones.
El desastre socioeconómico que ha provocado el COVID-19 es conocido por todos, no hace falta repetir ahora. Las previsiones más pesimistas se han ido cumpliendo y todo lo malo que se preveía ha ido sucediendo y estamos pendientes de qué pasará durante los meses que nos quedan pendientes hasta llegar al verano. Aunque entre todo ello, una cosa buena ya ha sucedido: ya son varias las vacunas que están ultimadas para su administración a la sociedad con solvencia. De hecho, en China gran parte de la población ya está vacunada.
Pues bien, ahora que hemos llegado al punto anhelado desde hace tanto tiempo, resulta que el problema es que una parte considerable de la sociedad no se quiere vacunar. De hecho, la cuestión a debate ahora es si la vacuna ha de ser obligatoria o no. Jurídicamente todo indica que no puede ser obligatoria, pero recordemos que se consiguieron los instrumentos legales necesarios para tenernos a todos encerrados en casa dos meses.
Con la vacuna del COVID-19 ha pasado lo que no había ocurrido nunca. Por primera vez todos los laboratorios del mundo se han dedicado en cuerpo y alma a encontrar una fórmula válida, y se han realizado pruebas y ensayos sin descanso, con las miras de las autoridades sanitarias puestas completamente sobre ello. Pero ni así parece haberse insuflado la necesaria confianza en la población.
Y mientras la gente no quiera vacunarse seguiremos sin dar el paso necesario para la recuperación social y económica. Mientras el miedo a ser la cobaya suponga que no se dosifique la vacuna a la población de riesgo y al personal socio-sanitario, seguiremos con este clima tan enrarecido. La población que no es de riesgo y se quiere vacunar -me incluyo en este grupo- tendremos que esperar a que haya corrido el turno de los que es necesario vacunar.
A todo ello uno se pregunta ¿Merece atención sanitaria aquel enfermo de coronavirus que no se ha querido vacunar? Ya sabemos que la respuesta es que sí, pero yo, sinceramente, exigiría el abono del caro tratamiento que le tendremos que pagar entre todos. Eso sin contar el perjuicio económico que nos causará a todos que mucha gente no se quiera vacunar.