Lo que no han conseguido hornadas sucesivas de gestores nefastos en política, ni una crisis económica que nos deja a casi todos tiesos, lo está consiguiendo este calor insoportable: dejarnos apalizados.
No recordaba este calor pegajoso desde que estuve hace unos años en Colombia, concretamente en Guapi, formando parte de un grupo de voluntarios de la ONG “LLevant en Marxa”. Ahora, este sudor resbaladizo que me acompaña día y noche me recuerda la que fue mi primera experiencia en “camiseta mojada” que nada tiene que ver, por supuesto, con las experiencias de algunas zonas turísticas de nuestra Isla.
En aquella ocasión, y así me lo recomendaron, viaje con ropa suficiente para poder ir dejándola en Guapi a medida que la usaba. No la lavábamos por falta de tiempo y, principalmente, porque el agua de los grifos salía tan sucia que era inviable, del mismo modo que no nos planteábamos lavarla, como los residentes de Guapi en la orilla de ese río por el que transitaban las embarcaciones y las ratas sin condicionarse los unos a los otros.
A pesar de ello conservo en la retina las imágenes de la ropa recién lavada, tendida en los escalones de la gran escalinata cuyo último peldaño iba a parar sin remisión a ese río, desplegada en un arco iris de colores que hacía que me invadiera, a pesar de todo, una sensación de orden y limpieza dentro del bochorno de la selva y la suciedad de la que nos impregnaba el sudor.
Recuerdo en especial esas casas construidas sobre el río, con restos y basura traída en carros que apenas podían soportar el peso de su carga, y dentro de esas casas, habitadas en condiciones que ninguno de nosotros osaría experimentar, algunas niñas y mujeres planchado ropa de un blanco resplandeciente. Planchando sus uniformes para ir a un colegio levantado por y gracias a esa ONG hace ahora más de 15 años, para los más pobres, para los que no podían permitirse ir a otro centro escolar.
Es curioso como ese sudor que me empapa hace días me ha devuelto a la memoria momentos que tan sólo recordaba de forma puntual al ver alguna foto de ese viaje. Pensé en aquel entonces que me sería imposible vivir en algún lugar del mundo dónde cada día el baño de sudor sustituyera la sensación de una ducha fresca en apenas unos segundos, ello no obstante es evidente que no dependía de mi porque aquí estamos, arrastrándonos con la lengua fuera hasta que nos acostumbremos. Mucho me temo que esto es solo el principio.




