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Aquella Air Europa

miércoles 01 de marzo de 2023, 12:04h

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La definitiva venta de Air Europa -pendiente solo de las autoridades de la competencia- al grupo IAG, liderado por gigantescas ex-aerolíneas de bandera, como British Airways e Iberia, acaba con la última de las representantes del sector aeronáutico balear, si bien es cierto que hacía ya algunos años que el centro de decisión se había trasladado principalmente a Madrid.

Pero, incluso aun cuando no se tratase de compañías estrictamente mallorquinas, la historia de las antiguas chárter españolas, que, una vez que se liberalizaron las líneas regulares, pasaron a competir exitosamente en ese ámbito, está ligada a Mallorca desde sus orígenes.

Spantax, TAE, Transeuropa, Air Spain, Hispania, LTE, Futura, Spanair, la propia Air Europa y tantas otras tuvieron su principal base de operaciones en Son Sant Joan durante décadas. Incluso alguna de bandera extranjera, como la añorada Air Berlin, operaba desde la Isla como si fuera una más de nuestras compañías.

Los mallorquines podíamos enorgullecernos de disponer en nuestra propia casa de la más amplia oferta de trayectos y precios.

Las sucesivas crisis de este primer cuarto del siglo XXI han supuesto, sin embargo, la reordenación y concentración del sector, lo que resulta obvio que afecta a la libre competencia y erosiona los derechos del consumidor, sometido al 'lo tomas o lo dejas'. Por ello, que Air Europa deje de ser una aerolínea independiente es una muy mala noticia para todos nosotros, por más que se nos quiera vender lo contrario con eslóganes inconsistentes. Los oligopolios son la antítesis del liberalismo económico, una forma de capitalismo en el que el individuo pasa a un segundo o tercer plano y está sometido a los dictados de los pocos que concentran el capital, hoy representados por unos fondos de inversión anónimos tras los que se oculta dinero de los más variados tonos y orígenes más o menos confesables.

Hoy me perdonarán la inmodestia si hablo un poco de mí. Fui testigo privilegiado de la consolidación de la primigenia Air Europa como líder entre las de su clase, que se abría espacio en el sector para la que se adivinaba entonces como inmediata liberalización de las líneas regulares, entre los años 1988 y 1990, previos a la irrupción en el accionariado de la familia Hidalgo. Se trataba de un proyecto que rescató a muchos profesionales de la tristemente desaparecida Spantax, personas que atesoraban arrobas de experiencia y de las que aprendí muchas cosas.

Un día, a alguien -concretamente, al director de Recursos Humanos, el abogado Jaume Pastor- se le ocurrió que un joven profesional de solo 25 años de edad era la persona adecuada para asumir la administración de personal de aquella empresa que crecía como la espuma y que ya contaba con una plantilla cercana a los 1.000 trabajadores. Me tocó, de la noche a la mañana, organizar un departamento sobredimensionado e internalizar completamente su gestión.

Fue una tarea apasionante que asumí con ilusión y, debo confesarlo, un exceso de candidez propia de mi edad, en un mundo en el que no faltaban las envidias, los celos y la codicia, pero también la generosidad y la caballerosidad. Como todo en ese sector, las cosas fueron sucediendo a una velocidad de vértigo. Comandados entonces por un Tomás Cano capaz de vender -para lo bueno y para lo malo- un frigorífico en el Polo Norte, asistimos a la inauguración de la primera línea Madrid-Nueva York operada con aviones bimotores -a la sazón, una auténtica osadía- y al establecimiento de líneas con el extremo Oriente, además de cubrir todo el espacio europeo, desde Helsinki a las Islas Canarias.

Fueron buenos tiempos, sin duda, aunque en mi caso la experiencia se limitase a esos escasos dos años, que constituyeron una impagable -y muy bien remunerada- reválida profesional, que me permitió establecerme como abogado con despacho propio ese mismo año y, hasta hoy, vivir dignamente de mi profesión.

Hice muchos amigos y, naturalmente, coseché algunos pocos enemigos. De los primeros, no quiero dejar de nombrar a Antonio Vidal, Jefe de Personal y paño de lágrimas de la plantilla en cualesquiera ocasiones, el más leal, humano e incondicional de los compañeros. A él lo toco de hacer de poli bueno y a mí, lógicamente, del malo; hacíamos un buen tándem. De los enemigos, sinceramente, ya ni me acuerdo, espero que hayan sido muy felices.

Luego vinieron otros aires, liderados por Pepe Hidalgo y su peculiar y personalísima manera de gestionar aquel gigante empresarial en continuo crecimiento. Muchos de mis compañeros siguieron en la compañía y se jubilaron en ella, cuando ya era uno de los más grandes grupos empresariales genuinamente privados de nuestro país, con sede en Llucmajor.

Y, aunque jamás volví siquiera a trabajar como asalariado, para mí Air Europa seguirá siendo siempre un pedazo muy significativo de mi vida, tras el que hay caras, personas, familias, risas y lágrimas, y de la que espero que, pase lo que pase, siga existiendo largos años repartiendo ilusión y prosperidad.

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