El nuevo juicio político que ha comenzado por el proyecto de Calatrava en el puerto de Palma nos lleva irremediablemente a un debate sobre el futuro. ¿Deben los políticos impulsar proyectos para mejorar nuestra sociedad? La frustrada Opera de Calatrava es uno de esos proyectos que, indudablemente, hubiese mejorado la primera línea de Palma, con un edificio emblemático y la reforma integral de la primera línea. Sin embargo, hubo cambio de gobierno y el proyecto se truncó. Pese a ello, reconozcan, es indiscutible el prestigio de Calatrava en todo el mundo y hubiese sido mucho mejor la Opera que lo que tenemos ahora, una explanada de containers donde nadie puede entrar. Para que Calatrava hiciese este proyecto tenía que haber un político que lo impulsase, un político ambicioso que creyese en esta idea de mejorar la fisonomía de la ciudad. Matas apostó por cambiar la primera línea de Palma como reclamo para atraer turistas de calidad, que es lo que pide la izquierda en los últimos años tras decir -no conviene olvidarlo- que venían demasiados visitantes y que había que poner un límite. Pero volviendo a Calatrava, el proyecto era bueno y hoy quizás ya disfrutaríamos del edificio de la Opera en plena Bahía de Palma, una primera línea repleta ahora de edificios de dudosa belleza arquitectónica y que no escandaliza a nadie. Lógicamente, Calatrava cobra cuando presenta un proyecto, de la misma manera que lo hace Norman Foster. Si luego un político mediocre decide no seguir con su proyecto es otra cuestión, pero Calatrava no venía a Palma a darse un paseo y tomarse unas cañas. Frente a lo que tenemos ahora -parálisis gubernamental total y absoluta- que alguien piense en Calatrava para poner en marcha un proyecto ambicioso merece un comentario positivo. A algunos les parecerá caro que Calatrava cobre 1,2 millones por proyectar una Opera en Palma, pero otros considerarán que realmente lo caro es tener políticos sin ideas y que cada mes cobran su nómina.
