En los últimos tiempos, se escribe y se habla mucho sobre un más que posible choque de trenes. Tengo que suponer -porque nadie en concreto me lo ha explicado- que tanto los medios escritos publicados, como los digitales, como las ondas radiofónicas o las cadenas de televisión, se deben referir al desencuentro de intereses políticos entre el Estado español y la Nación catalana. En estos momentos, observo que cada uno va por su lado y, en estas circunstancias, sería harto complicado que llegaran ni tan siquiera a encontrarse; pura física. Pero podría pasar que, en un momento determinado, la tendencia fuera buscarse mutuamente o bien para encontrarse pacíficamente (pacto de estado) o bien para, simplemente, provocar un encontronazo de un par de narices (conflicto real). Cualquiera de las dos opciones es apasionante; no cabe duda. Una, la del pacto, porque sería la del amor, con los respectivos progenitores de los novios llorando a moco tendido, los hermanos y cuñados de ambas partes abrazándose, un cura castrense bendiciendo el acuerdo, los partidarios de los antiguos bandos adversarios lanzando confeti, arroz y de paso las campanas al vuelo y... emoción, mucha emoción, a raudales. Ambos excontendientes sellarían el pacto de separación -unidos en la diferencia- y se prometerían amor eterno, cada uno en su casa y Dios en la de todos, eso si. Sería precioso.
Si, en lugar de ese final feliz, se produjera el tan cacareado choque de trenes, la cosa cambiaría radicalmente, los nervios a flor de piel, las groserías camparían a sus anchas, los dos bandos se machacarían a amenazas y se prepararían para una resolución digamos más o menos violenta, con más o menos educación o con más o menos daños físicos, humanamente hablando; o sea, un poquito de guerra (no mucha porque la OTAN evitaría, seguramente, un follón de mil demonios). Si vis pacem, para bellum, como sentenciaban los romanos, tan vivaces ellos.
Profundicemos, ligeramente (¡sí, ya sé, ya sé!) sobre la cuestión del choque de trenes. En principio -y si nadie opina lo contrario- viene a ser como una colisión, un topetazo, entre dos o más (este último ya es más complicado) trenes que circulan por sus raíles respectivos. Los trenes que no circulan tienen, obviamente, menos posibilidades de tropezar entre ellos. Un choque de estas características se puede producir de modo frontal o lateral, según los dos artefactos deambulen por la misma vía o procedan de dos itinerarios distintos. Creo entender que lo que se generaría entre Catalunya y España sería de carácter frontal; casi seguro. El lateral no tendría sentido. Por otro lado, la intensidad de la trompada (sí, la palabreja es correcta también en español) dependería de la velocidad a que ambos trenes se enfrentaran. Una topada a tres quilómetros por hora de ambos dos protagonistas no ofrecería excesivo espectáculo: poca víctima y poco lucimiento sanguíneo.
Bien, arribados a este punto y con el objetivo de obtener una información más fidedigna, me he puesto en contacto con el administrador de infraestructuras ferroviarias (ADIF) y, ya puestos, con la Red Nacional de Ferrocarriles Españoles (RENFE) para recabar su opinión al respecto. Ellos, muy atentos, me advierten de la dificultad de este supuesto choque de trenes. En primer lugar porque los trenes que circulan por el territorio español (excepto el catalán) no están por la labor. No les consta que su principal misión sea la de ir chocando por ahí como si nada. Además, aducen que “sus” trenes no están disponibles para estos menesteres (los de chocar) porque deben atender las enormes demandas de varios tramos del AVE que son multitudinarios en cuanto a número de viajantes y requieren refuerzos, como por ejemplo los de Cuenca (164 pasajeros por día), Antequera (92), Guadalajara (85), Puente Genil (46) o, lo más de lo más, Requena-Utiel (21 expedicionarios también por día, claro).
La realidad es que este denominado choque de trenes tampoco llegaría a término por el lado catalán. Los trenes que circulan por el territorio de Catalunya, de hecho, no alcanzan a circular: pululan, que es cosa bien distinta. La mayoría no salen de sus estaciones nido a causa de las caídas constantes de sus catenarias respectivas; muchas veces el tráfico se corta por el robo de cobre de sus cables, por averías en sus sistemas electromagnéticos, por caídas de tensión, por desprendimientos de terrenos en tramos de vía única (sí, vía única; 2017, sí), o por lo obsoleto de sus instalaciones y de sus vagones... y por su dejadez general. Por si esto fuera poco, los retrasos sobre los horarios “previstos” son de tal calibre y dimensión que -incluso con la intención de ir a por un choque- no llegarían a su punto de colisión o llegarían tarde, esto como mínimo.
Por lo tanto, amigos ciudadanos, no se apuren por el conflicto entre Catalunya y España: pasar, puede pasar de todo y más, pero choque de trenes, lo que se dice choque de trenes, no sucederá jamás debido a las circunstancias que ya hemos advertido adecuadamente.
En todo caso, si se quiere de verdad chocar, hay que buscar nuevas fórmulas.