Los seguidores mallorquinistas pueden sentirse satisfechos por la igualada obtenida en el estadio de los Juegos del Mediterráneo, que favorece sus intereses al permitir mantener la distancia con los andaluces e inclinar el golaverage, pero no pueden estar orgullosos de su equipo, que marcó en su única llegada a portería a lo largo de todo el partido y que concedió al Almería hasta cuatro oportunidades de oro, de esas que antes se llamaban vicegoles, además del balón que Chuli estrelló en el travesaño de la portería defendida por Cabrero.
Si uno de los tópicos del fútbol reza que “si sales a empatar, terminas perdiendo”, el modismo ha perdido su validez, ya que los de Vázquez, salieron exclusivamente a mantener el cero a cero inicial y, aunque no consiguieron este marcador, sí lograron su efecto y objetivo.
El técnico local, atenazado por el miedo a perder, jugó la mayor parte del lance con tres centrales, dos laterales de largo recorrido, un cuadrado en el centro y un solo punta. Aún así gozó de las ocasiones reseñadas pese al repliegue de un visitante que llegó a acumular a todos sus efectivos por detrás del balón, dejando arriba a un solitario Ortuño, necesario náufrago ante la innecesariamente poblada zaga rojiblanca.
El choque pasará a la historia como uno de aquellos en que el resultado final condiciona las crónicas. El anfitrión mereció ganar con claridad, pudo perder injustamente y acabó salvando el cuello de milagro pero, si el destino se hubiera adaptado a la realidad, también habría podido saldar la cuenta con una goleada escandalosa.