No parece haber ninguna duda entre los analistas expertos de que la derrota de Estado Islámico sobre el terreno, tanto en Irak como en Siria, es cuestión de (poco) tiempo. Con la inminente caída de Mosul en Irak y el asalto final a Al Raqa en Siria ya iniciado, el EI está a punto de perder sus dos bastiones principales en ambos países y su dominio territorial se desintegra sin remedio.
Sin sus dos ciudades simbólicas, Mosul, en cuya mezquita de al-Nuri el pretendido califa al-Baghdadi proclamó el supuesto califato, una de las mezquitas más sagradas del Islam, con ochocientos años de historia, con su impresionante minarete inclinado conocido como al-Hadba, ambos dinamitados por los cafres terroristas en una demostración, una más, de que en realidad no respetan la religión que dicen profesar y sin Al Raqa, a la que habían convertido en su capital y escaparate ante el mundo de lo que significa vivir bajo el yugo del terror, la ignominia y la arbitrariedad absoluta, el califato como entidad territorial puede darse por liquidado.
También han sufrido enormes pérdidas humanas, se habla de hasta 45.000 combatientes muertos, como mínimo la cuarta parte de ellos ciudadanos de países de la Unión Europea, así como la mayoría de sus dirigentes, incluído quizás el propio líder supremo al-Baghdadi, que podría haber muerto como consecuencia de un ataque de la aviación rusa y tienen bloqueadas la mayoría de sus líneas de abastecimiento, sus fuentes de financiación y sus rutas de escape.
La pérdida de su territorio, de la mayoría de sus milicianos y de muchos de sus cabecillas sin embargo, no significa, en absoluto, la desaparición del Estado Islámico ni del peligro de atentados terroristas, tanto en Oriente Próximo, como en Europa y en el resto del mundo. Tenemos en nuestros países militantes y cédulas del EI que han combatido en Siria e Irak, que están bien entrenados y probablemente bien provistos de material para la ralización de atentados y que estarán sedientos de venganza.
El trabajo de los servicios de inteligencia y de policía será decisivo en los próximos años para detectar, desarticular y contrarrestar esta amenaza terrorista. Es imperativo el trabajo coordinado y la colaboración de todos de los países europeos y el resto de aliados en esta lucha. La amenaza es global y la respuesta debe ser global, sin reservas. Los terroristas actúan y actuarán como un solo ente, sin distinción de países ni fronteras, los servicios de inteligencia y cuerpos de seguridad deben responder de la misma manera. No pueden repetirse las descoordinaciones y reticencias que se hicieron tan evidentes entre Bélgica y Francia en los atentados de París de noviembre de 2015.
Otra tarea prioritaria de los servicios de inteligencia ha de ser la detección y erradicación de las fuentes de financiación, especialmente de las que tienen su origen en las monarquías y emiratos de la península arábiga. Hay que desenmascarar a todos aquellos que financian el terrorismo yihadista y aplicar las sanciones que correspondan.
Pero existe otro peligro más insidioso y difícil de detectar, que son los lobos solitarios, desconocidos para la policía y que en un momento determinado atropellan personas con un camión o cualquier otro vehículo, o empiezan a apuñalar a gente en medio de la calle sin previo aviso, o se inmolan en un mercado, una estación o un aeropuerto con una bomba de fabricación casera, Son atentados como los que han ocurrido recientemente en Niza, en Berlín y en Londres, muy difíciles de prevenir por la propia naturaleza solitaria, anónima y desapercibida de los terroristas implicados.
Debemos, por tanto, estar preparados para convivir en los próximos años con niveles elevados permanentes de alerta antiterrorista, con grandes y severas medidas de seguridad en los viajes, en los eventos multitudinarios: deportivos, conciertos, mercados, festejos populares y allá donde sea necesario. No hemos de consentir que los terroristas consigan obligarnos a cambiar nuestros valores y nuestro modo de vida, pero no vamos a tener más remedio que aceptar, por nuestra seguridad, determinados inconvenientes en nuestra vida cotidiana que nos van a acompañar durante un largo tiempo.