La suspensión de la cena del sector supuestamente crítico del PP balear, que debía tener lugar ayer noche en Binicomprat, acrecienta la idea de un pacto vergonzante que, lejos de evitar daños al Partido Popular, lo arrastra por la senda de la deshonra. En Madrid no quieren un linchamiento político de Bauzá, dicen, y por ello se irá “voluntariamente” en julio, tras ser designado senador autonómico. Sencillamente, no hay valor para poner las cosas en su sitio.
Por hechos como éste el Senado es la institución más desprestigiada e inútil de nuestro sistema parlamentario, y su disolución una urgencia de pura higiene democrática.
Si el PP de las islas tenía una oportunidad de regeneración ante la sociedad relativamente fácil, aupando a políticos de cierto valor que hasta ahora permanecían en segunda fila o se confundían entre la militancia, ésta pasaba inexorablemente por echar sin contemplaciones a Bauzá de cualquier cargo o prebenda y devolverlo a la vida civil. No caerá esa breva.
Ciertamente, tiene razón el ultrabauzanista Camps cuando acusa a muchos de los que ahora se presentan como críticos de haber dorado la píldora al farmacéutico o, en el mejor caso, callado como muertos, durante los últimos cuatro años. Las ideas que el menorquín expresa acostumbran a ser absurdas y extremas, pero al fin y al cabo es coherente.
Rotger se perfila como el árbitro de esta transición –más bien de la travesía del desierto-, pese a que también él calló y otorgó en los momentos de delirante esplendor de su todavía jefe.
La esperanza que abrigan los demócratas de centro derecha es que todavía haya algún militante conservador que se atreva a alzar la voz para decir alto y claro que bajarse los pantalones para investir a José Ramón Bauzá con la toga de senador es, como poco, una indignidad.
