Domingo. Sánchez comparece ante un auditorio espectral de sillas vacías y explica el ventajoso trato que ha obtenido frente a la OTAN: todos los socios se comprometen a dedicar el 5% de su PIB a defensa, pero permiten a España que dedique sólo un 2,1%. «Ni más, ni menos», dice orgullosamente Sánchez, e inmediatamente la noticia es repicada con alborozo por la prensa sincronizada y José Zaragoza. ¡Otro milagro de Sánchez, alabado sea! Aunque realmente es difícil de creer: si los socios de un club pagan una cuota de 5, y tú sólo de 2,1, lo más probable es que no pertenezcas al mismo club. O que realmente vayas a pagar más de 2,1.
Alberto Núñez Feijóo pone en duda que Sánchez esté diciendo la verdad (normal), y se queja de que, en todo caso, la decisión de Sánchez tiene que pasar por el Congreso. Ah, y de paso el gasto debe ser recogido en unos presupuestos, que todavía estamos usando los de la anterior legislatura. Sánchez, ofendido por las dudas, le responde en X aportando la carta de Mark Rutte, secretario general de la OTAN: «Toma, Alberto, que alguien te la traduzca». Lo de la traducción es un comentario despectivo (dice Alberto, pero suena a “Albertito”) para resaltar que el líder de la oposición, a diferencia de nuestro Presidente, no sabe inglés. Pero el problema de la carta de Rutte no es idiomático: es completamente indescifrable en cualquier idioma.
Lunes. Rutte, que sin duda ha visto la comparecencia del día anterior, se da cuenta (¡pobrete!) de que Sánchez le ha tomado el pelo. Todo parece indicar que nuestro presidente le había pedido una carta ambigua para enseñar a sus socios, que incluyen asamblearios de universidad, hippies y aliados de Putin. Rutte había accedido y (de forma imprudente) había redactado una carta que permitía decir cualquier cosa. Pero cuando el resto de socios de la OTAN ven que, en su comparecencia, Sánchez hablaba de una excepción ibérica se cabrean como monas.
Así que un día más tarde el secretario general explica que ni excepción, ni acuerdo paralelo, ni gaitas: España se ha comprometido a alcanzar determinadas capacidades militares, y para eso necesitará emplear el 5% de su PIB. Entretanto los medios europeos asisten atónitos a la astracanada. Financial Times afirma que Sánchez, para distraer de la corrupción que lo anega, acaba de «torpedear la unidad de la OTAN», y otros medios menos delicados ya se refieren a España como la gorrona del Mediterráneo. Es decir, Sánchez ha subordinado la defensa europea y el prestigio español a una trola que ha durado un día.
Miércoles. Cumbre de la OTAN en Bruselas. Pedro Sánchez acuerda con el resto de países un documento que dice, de forma escasamente ambigua, que «los aliados se comprometen a invertir anualmente el 5% del PIB» en soldados, tanques, aviones, drones y esas cosas que ponen tan nerviosos a los socios del gobierno. A continuación, tan tranquilo, da una rueda de prensa en la que dice que España se compromete a invertir el 2,1% del PIB.
Intermedio. Hace poco más de un año la Cámara de Representantes norteamericana expulsó al congresista George Santos por, entre otras cosas, hacer uso alternativo de la verdad. Santos era un fervoroso trumpista que había conseguido ser elegido representante en el muy demócrata distrito de Long Island, Nueva York. ¿Cómo? Pues sencillamente diciendo a cada uno lo que quería oír, y confiando en que el partido y la circunscripción de Long Island funcionaran como burbujas independientes de información. Sánchez ha hecho exactamente lo mismo (ofrecer una cosa a sus socios de la OTAN y otra contradictoria a sus socios de Gobierno) pero sin burbujas y a la vista de todos, y posiblemente no debamos buscar el motivo en la política sino en la psiquiatría.
Miércoles (continuación). Tras decir una cosa y su contraria, Sánchez se dirige a lo que verdaderamente le importa: la foto. Y, para mostrar a su electorado que es el único valladar frente a Trump, pone cara de enfadado y se aleja un pasito del grupo. En ese sentido la Cumbre de la OTAN ha sido un éxito absoluto para él: ha conseguido proporcionar a sus compinches parlamentarios un simulacro de razones para que lo sostengan a pesar de los escándalos y la corrupción. Y sólo le ha costado el prestigio internacional de España y la desconfianza de sus aliados. Una ganga.
Y a todo esto ¿es mucho un 2,1%? Pues depende. Para Sumar, invertir un 2% del PIB en Defensa supone un aumento del gasto militar «verdaderamente exorbitado e incoherente», pero en cambio un 2,1% es maravilloso y supone «el giro de 180 grados que la legislatura necesitaba»; ha defendido ambas cosas con gran vehemencia y con sólo dos meses de diferencia. Es, tal vez, por el «efecto anclaje», que hace que si un vendedor de coches usados pide, en primer lugar, un precio disparatadamente alto, el comprador estará dispuesto después a aceptar uno sencillamente alto: ante el 5%, un 2,1% parece una ganga.
Eso, y que los de Sumar no tienen la menor intención de abandonar las comodidades de sus Ministerios, hacen que ahora Yolanda Díaz diga tan tranquila que «ni los recortes ni el rearme eran el camino». Antes rechazaba el 2%, pero ahora, con el 2,1%, no hay ninguna razón para dejar de apoyar a Sánchez. Los ministros de Sumar pueden seguir en el Gobierno «empujando para desplegar la agenda social que este país necesita». Y Pablo Bustinduy puede seguir haciendo lo que haga, que nadie sabe lo que es.
Jueves. Carlos Alsina, implacable, exige a la oposición que explique si está a favor del 5% de inversión en Defensa.