De anuncios, canciones, marcas y pantallas

Buscando en el baúl de los recuerdos he vuelto la vista atrás, a los años 80, gracias al hallazgo de un pequeño tesoro: una amarillenta agenda-diario de las que en Año Nuevo, todavía se obsequiaba a los clientes de los bancos y cajas de ahorro, en las postrimerías del siglo XX. A fecha de 19 de julio hay anotado un gran acontecimiento, la llegada a nuestro hogar de una televisión en color, Telefunken palcolor.

Después de una centuria de las primeras agencias publicitarias, pudimos contemplar extasiados la combinación de azules y amarillos de un bote de Cola cao y tatarear simultáneamente la antigua canción: “Yo soy aquel negrito del África tropical…” o bebernos una Coca cola mientras al mundo entero se daba un mensaje de paz y brotaba la chispa de la vida. Hasta ahora, solo conocíamos la marca Danone casi sin saber qué era un yogur y a mediados de noviembre, Bárbara Rey nos sorprendía como burbuja de Freixenet y se nos caía una lagrimita escuchando por primera vez: “Vuelve a casa vuelve por Navidad…”, del turrón El Almendro, cuando en una fría y lluviosa estación de trenes aparecía una joven con un chubasquero amarillo, que no era un tractor, no obstante, el impermeable se puso de moda. En 1980, el coche del año fue un Fiat Ritmo y la sintonía de Bob Marley en “Si se mueve tu Lois, déjalo bailar…”, marcaba el ritmo de los tejanos. La vida invitaba a gozar y a cantar con Martini Bianco y podías estar como nunca con Fundador. Por el contrario, si te encontrabas decaído necesitabas Kas. En la cocina -desde luego, Corberó- no podía faltar el chup-chup Avecrem.

En verano, nos sumergíamos en las aguas del Caribe y sus limones con el gel de ducha Fa y al contemplar las maravillas quedábamos boquiabiertos con Close-Up. Nos bronceábamos con Ambrée solaire aunque teníamos en nuestra mente la imagen del perrito que tiraba del bañador de la niña de Coppertone que luego cambiaríamos por Lancaster o Clínique. Y, si nos invadían los mosquitos la solución era Bloom de Cruz verde -los mata bien muertos-. Todavía recuerdo perfectamente cuando unos pocos privilegiados tecleaban una Olivetti y otros debían escoger entre Bic naranja y Bic cristal, dos escrituras a elegir -Bic naranja escribe fino y Bic cristal escribe normal-.

Aunque hoy existan cadenas de televisión públicas que no emiten publicidad, los anuncios publicitarios forman parte de nuestra vida y seguimos aferrados a las marcas. Ya habiendo campamentos de desintoxicación “sin pantallas”, en los cuales los chicos deben pasar dos semanas de verano sin conectarse para darse cuenta de que hay otras formas de diversión, podemos disfrutar con sentido común, no solo de pantallas televisivas sino también de ordenadores, móviles, tabletas y videoconsolas. Estos spots, jingles y eslóganes ya son historia, pero otros llegarán y seguirán seduciendo al espectador porque una imagen vale más que mil palabras. Demos la bienvenida a la revolución tecnológica que ha conseguido la combinación de palabras e imágenes a todo color en las pantallas. En aquella época ni lo imaginábamos.

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