Los acuerdos de Oslo, de septiembre de 1993, entre el Gobierno de Israel y la OLP bajo los auspicios del presidente Bill Clinton, fueron un intento de llegar a una solución permanente para conflicto más duradero de nuestro tiempo. La icónica foto del apretón de manos entre Isaac Rabin y Yasser Arafat envueltos por la majestuosa figura del presidente de los Estados Unidos parecía presagiar un futuro esplendoroso tras décadas de sufrimiento.
Estaba claro que la confianza entre las partes no se alcanzaría únicamente por escribirlo en un papel. Hacía falta tiempo y gestos de buena voluntad, es decir, hacía falta recorrer un camino que, progresivamente, permitiera llegar al entendimiento. Un entendimiento que tenía que conducir a la solución de dos estados conviviendo en paz y armonía. Pero eso, desgraciadamente, no ocurrió.
Arafat fue cofundador de Al Fatah y de, posteriormente, de la OLP. Facciones asociadas a esta última, protagonizaron durante casi tres décadas numerosos secuestros, y atentados terroristas contra civiles, entre los cuales se recuerda especialmente la matanza de las Olimpíadas de Múnich en 1972. No solo pretendían dañar a ciudadanos Israel por el mero hecho de serlo, también a quienes estuvieran con ellos.
A pesar de ello, Kurt Waldheim, por entonces secretario general de la ONU, invitó al líder palestino a pronunciar un sonoro discurso en la Asamblea General. De hecho, como la ONU no invita a terroristas, un mes antes el diplomático austríaco había promovido el reconocimiento de la OLP como representante del pueblo palestino.
En este punto conviene recordar que Waldheim tenía un pasado muy controvertido como oficial de la Wehrmacht destinado en los Balcanes y Grecia, donde la represión contra los judíos fue especialmente dura. Seguramente por eso, durante años, se preocupó por ocultar documentos y pruebas de sus actuaciones.
En cualquier caso, Arafat se presentó en la sede neoyorquina de las Naciones Unidas proclamando que venía con un arma de fuego en una mano y una rama de olivo en la otra. La rama de olivo era un recurso metafórico, pero el revólver era real, pues al alzar los brazos dejó ver la funda de la pistola que solía formar parte de su imagen. Efectivamente, en la cintura, bajo su chaqueta, se vio claramente la cartuchera.
Todo lo anterior nos sirve para constatar que los Acuerdos de Oslo estuvieron precedidos por la Conferencia de Paz de Madrid de 1991. De ella conservamos otra icónica imagen de un joven Felipe González flanqueado por los mandatarios George Bush padre y Mijaíl Gorbachov. En el Palacio Real de nuestra capital, Israel estuvo representado por Itzhak Shamir, mientras la parte árabe palestina estuvo representada por palestinos integrados en la autoridad jordana, y otros jefes de estado. Es decir, no por la OLP pues todavía mantenía viva la Primera Intifada de donde surgió Hamas como rama gazatí de los Hermanos Musulmanes, con el apoyo de Irán.
Sin duda, el encuentro de Madrid fue el paso más decisivo para avanzar hacia el proceso de paz que se escenificó dos años después, con prisas, en Washington. Pero la diferencia entre uno y otro también era notable. En Madrid, el encuentro estuvo apadrinado por un presidente norteamericano republicano, y también por un rupturista presidente soviético, promotor de la perestroika. Por un primer ministro israelí perteneciente al Likud, y por una representación palestina sin antecedentes penales.
Luego en la capital norteamericana nos encontramos con un presidente demócrata, sin ningún ruso a su lado. Un primer ministro israelí laborista y con, -lo menos propicio-, un representante palestino de más que dudosa representatividad.
Es posible que, sí la orientación y el espíritu de las conversaciones iniciadas en Madrid se hubiese mantenido más tiempo, tal vez ahora estaríamos contemplando los acuerdos posteriores desde una perspectiva bien diferente, más positiva para todos. Sin duda, el nuevo gobierno laborista israelí estaba demasiado ansioso por terminar la larga Primera Intifada, así que acabó aceptando negociar con sus deslegitimados promotores. Por su parte, el nuevo mandatario norteamericano necesitaba obtener desesperadamente un gran éxito internacional, tras sustituir a quien había terminado con décadas de insoportable Guerra Fría. ¡Las prisas no suelen ser buenas consejeras y no todos eran interlocutores válidos!
Desde luego, nunca sabremos lo que hubiese llegado a ocurrir, pero personalmente, me inclino a pensar que, sin la OLP ni sus derivados, el pueblo palestino no estaría en la triste situación actual, y todos lo podríamos celebrar. ¡Qué lástima que la historia de los árabes palestinos esté protagonizada por la OLP y, ahora también, por Hamas! ¡Y qué pena que la izquierda y parte de la derecha no lo entienda! ¿O quizás no lo quieren entender?