Que a pocos meses de haber entrado en vigor, esta nueva ley no arrastra muchos adeptos… no es algo de lo que nos sorprendamos. Muchos profesores empiezan a cuestionarse que el avance metodológico que se promueve no precisaba una modificación normativa.
De hecho, ya teníamos una ley, la LOMCE, que avanzaba en el trabajo competencial de los diferentes currículos. En este sentido, el anterior gobierno, en un intento de adentrarse en este pantanoso terreno metodológico, prefirió seguir dejando a criterio del profesor cómo hacer las cosas en el aula.
Es verdad que si la LOMCE “hubiese llegado de verdad” a los centros educativos, ahora los docentes no sentirían esta asfixia por adaptarse a un cambio radical en la organización de sus sesiones.
Estos días, he comentado con un buen amigo la situación por la que está pasando el sistema. De entre muchas reflexiones, hay una que considero importante. En la década de los 80, una editorial, EMESA, publicó un volumen titulado 'Claves para la formación del profesorado'. En sus páginas se detalla, a modo de texto instructivo, cuáles son las varitas mágicas que tiene que utilizar el profesor en el aula para que el proceso de enseñanza aprendizaje sea un éxito. Pero, además, el texto recoge el concepto de 'profesor eficaz' y que no existe un método de enseñanza bueno o malo.
En este sentido, podemos estar todos de acuerdo en que la buena enseñanza no depende tanto del método como de la persona que la imparte. Por ello, la pretensión de definir los actos del profesor y aplicarlos como criterios para medir la eficacia de la enseñanza, resulta siempre una aproximación inadecuada. Así pues, no es la metodología la que hace mejorar, en su totalidad, el proceso educativo. En la mejora intervienen otros factores que la administración ahora mismo no ha puesto en valor.
Utilicemos un símil. A nadie se le ocurre decirle al médico qué tipo de prueba realizar para diagnosticar una enfermedad. Nadie interfiere ni juzga la forma de hacer o qué técnica utilizar. Yo, si voy al médico, quiero que me apliquen las técnicas más novedosas… Y, en educación, ¿por qué no?
Es obvio que en educación necesitamos avanzar a la par que lo hace la sociedad del S.XXI, un siglo cargado de nuevos retos y desafíos. Pero no es menos cierto que también necesitamos profesores autorrealizados y convencidos de que otra educación es posible sin tener, por ello, que renunciar al conocimiento. La controversia no estaría encima del pupitre si esta nueva forma impositiva de hacer en el aula se hubiese incluido en la ley a modo de 'orientaciones metodológicas' y todo el profesorado las aplicase sin perder de vista nuestra responsabilidad personal, profesional y social.