El Gobierno ha tenido que ceder finalmente a la fusión o, mejor dicho, a la absorción del Banc Sabadell por parte del BBVA, imponiendo unas meras condiciones cosméticas y, además, con un efecto meramente temporal. Los lobbies de la Europa calvinista imponen sus intereses, de los que la presidenta de la Comisión, Ursula Von der Leyen, es solo su portavoz-marioneta. Y luego se extrañan de que el europeísmo haya caído en picado entre la ciudadanía.
Se trata de la enésima operación de concentración bancaria, fenómeno desbocado desde la crisis financiera de 2008 y el rescate que pagamos entre todos y que supuso la desaparición de decenas de entidades de crédito y la absorción de muchas otras por parte de los peces grandes de este sector.
Desde un punto de vista macroeconómico y de competitividad internacional entre entidades, se nos dice que este tipo de operaciones son muy positivas.
Pero, claro, una cosa son los intereses de los accionistas y otra muy distinta -y en ocasiones, abiertamente contrapuesta-, los de los usuarios o clientes.
Desde la óptica del consumidor, la banca española deja mucho que desear y su alejamiento del ciudadano es cada día mayor. Por muchas campañas de márquetin que realicen los bancos -y no hablo de las cajas de ahorro, porque el poder político consintió su exterminio hace más de una década- intentando vendernos sus supuestos valores sociales, lo cierto es que el usuario medio no pasa de ser para su entidad bancaria más que un mero asiento contable. Lo de conocer al empleado de la oficina y acudir periódicamente para mantener un contacto humano con quienes, a la postre, viven del dinero de uno y del de los miles de pequeños ahorradores de nuestro país es cosa del pasado. Ahora funcionan a base de “gestores”, que, sin duda, serán pronto sustituidos por artefactos de la IA, como ocurre con las centralitas telefónicas de las clínicas privadas. El consumidor no interesa a la banca, solo el saldo de su cuenta y, cuanto más lejos lo mantengan de la oficina y del dinero en efectivo, mejor.
La transformación de la banca española en un auténtico oligopolio no ha hecho sino agravar este efecto. El retorno del rescate bancario a la ciudadanía en términos de servicio a la sociedad tiende a cero.
La banca española es un pingüe negocio para sus accionistas basado en el pésimo servicio al cliente.