Desde siempre, Rusia ha buscado tener acceso directo al Mar Mediterráneo.
Si miramos un mapa, veremos como Rusia solo cuenta con salida al mar o bien en el Mar del Japón (esencialmente por Vladivostok) o bien en el Báltico a través de San Petersburgo y Kaliningrado o en el Mar Blanco a través de Arkhangelsk.
Esos cuatro accesos directos al mar no solo permanecen helados e impracticables climatológicamente buena parte del año, sino que además están muy alejados del Mediterráneo, que es donde realmente se cuecen las cuestiones de geoestrategia, siendo la ruta fundamental de acceso comercial y militar a los puntos más calientes del planeta (Norte de África, Oriente Medio…), gracias entre otras cosas al Canal de Suez, que ya provocó hace décadas una crisis de extrema gravedad.
Rusia se ha enfrentado históricamente con todos sus vecinos del sur para asegurarse el acceso al Mediterráneo. Ha tratado de conseguir el control territorial de Moldavia y Valaquia (actual Rumanía) frente al Imperio Otomano, lo que provocó la Guerra de Crimea. En esa guerra, los turcos contaron con la inestimable colaboración de Francia y Reino Unido, que evidentemente no lucharon al lado de los turcos porque les gustaran mucho los sultanes, sino para evitar que Rusia accediera a un mar que controlaban ellos.
Y así ha sido siempre. Rusia quiere participar de un juego de estrategia al que ya juegan hace tiempo los británicos, cuya flota fue la más poderosa del mundo y cuya presencia en el Mediterráneo estaba garantizada por sus bases en Gibraltar o Malta; o Francia, cuyo poderío naval conoció horas mejores en su base de Toulon.
Un juego en el que sin duda llevan ventaja los EE.UU., con su poderosa Sexta Flota que domina desde hace décadas la zona y que de tanto en cuanto nos viene a visitar a Palma.
Rusia, mientras fue la URSS, disponía de una poderosa flota en el Mar Negro, con base en Sebastopol. Dicha flota, dotada con armamento nuclear, era la que, traspasando los estrechos del Bósforo y Dardanelos, permitía a la URSS asomarse con fuerza al Mediterráneo.
Tras la caída de la URSS, Crimea quedó en manos de Ucrania, con un régimen especial de colaboración con Rusia, firmado en 1997, que garantizaba el uso de dicha base por los rusos, que no podían perder esa salida fundamental al Mar Negro.
Ahora Rusia ve peligrar sus intereses. Ve con preocupación cómo sus gobiernos títeres de Ucrania han sido arrollados por un movimiento popular que no está claro qué intereses representa ni qué ideología o posición política defiende.
Y pasa a la acción.
Crimea actualmente está controlada social y militarmente por Rusia. Rusia se va a quedar por las buenas o por las malas con el control de Crimea porque es esencial para sus intereses políticos y estratégicos.
En Crimea harán referéndum o se separarán de Ucrania a la brava. Y eso será así, aunque después se pueda edulcorar con algún tipo de acuerdo de Protectorado o fórmulas similares.
Putin sabe que no puede prescindir de esa Península, ni de la influencia y capacidad militar que le proporciona. Sabe que también Georgia era inescindible para Europa pero en dos semanas arrasó al ejército georgiano y se quedó con Abjasia. Sabe que Ucrania no es rival militar, y que tampoco lo es Europa.
Tiene la llave del gas para dejar paralizada la economía alemana y hacer tiritar de frío y de miedo a la depauperada y aun no recuperada Europa, que ni siquiera puede soñar con hacer frente a Rusia.
Y EE.UU. no va a enviar contra Putin ni uno solo de sus marines, ni un solo barco o avión. Lo que pase en Crimea no es su problema, como no lo fue lo que pasó en los Balcanes, en Georgia o en Chechenia. Doy por sentado que el 90% de la población de EE.UU no sabe ni dónde está Crimea, y a buen seguro que los Demócratas quieren ganar las próximas elecciones, las primeras post Obama.
Así que ya le podemos dar vueltas. Ya puede salir el eminente estratega Mariano Rajoy haciendo su aportación a la crisis, afirmando que en Crimea no puede hacerse un referéndum porque eso sería ilegal.
Rajoy piensa en Catalunya hasta cuando habla de Crimea, sin darse cuenta de que en Crimea pasan olímpicamente de lo que diga, y que a Putin sus invocaciones al principio de legalidad y a la indisoluble unidad se la traen más bien al fresco.
Si los ciudadanos de Crimea quieren ser rusos, tienen derecho a serlo. De hecho, ya lo son. Y los ciudadanos de Crimea que no quieran serlo, han de tener el derecho de expresar libremente su opinión, de ejercer su legítimo derecho a la protesta y a la manifestación, y a ser respetados sea cual sea la solución del conflicto.
Lo más importante de todo es que no haya violencia de ningún tipo. Ucrania lleva demasiados muertos a sus espaldas en menos de un siglo como para plantearse ahora una salida violenta de esta crisis.
Debemos hallar entre todos una solución pacífica, conseguir que Ucrania y Rusia se entiendan para que Crimea acabe siendo lo que Rusia necesita sin atropellar a sus habitantes ni a Ucrania.
Porque así son las cosas, y así serán. Porque Putin tiene mucho más poder, mucha más capacidad energética, económica y militar que toda la Unión Europea, porque Europa aun no sabe lo que es pintar algo en política internacional, porque Europa debería avergonzarse todavía de su miserable gestión de conflictos internacionales en el pasado (Balcanes, Grandes Lagos, Libia…) y porque Europa solo toma decisiones del tipo que sea cuando ya es tarde para todos.





