Después de unos días de reflexión tenía decidido escribir una crítica rotunda, vehemente y fundamentada contra el continuo intento de la Presidente Armengol de privarnos de manera irregular de nuestros derechos fundamentales, tal como manifestó el Tribunal Supremo, o comentarles un chascarrillo de la penúltima o antepenúltima ocurrencia de nuestro Alcalde el Almirante Hila. Olvídenlo, no voy a ser reiterativo y voy a hablarles de la vida.
El sábado por la mañana, mi amigo y admirado José Codina, presentó en Palma Recuérdame, el principio de la desconexión; un baño de realidad. Es una historia cotidiana en la que un hijo pierde a su madre, piensa que antes de tiempo, como consecuencia del llamado Mal de Alzheimer. Todos conocemos historias muy parecidas sino idénticas, pero Codina se rebeló ante esta situación y a modo de homenaje a su madre(el que se merecen todas nuestras madres y lo tenemos pendiente) decide contar una historia, de felicidad e infelicidad, de resignación, una historia bonita, sensible, de sufrimiento pero sobre todo es una historia de amor. Un hijo agradecido intenta devolver lo que su madre, incondicionalmente, ha hecho por él a lo largo de toda una vida.
En un momento en el que no tenemos tiempo para cuidar a nuestros viejos, que buscamos quien nos los cuide para tener tiempo para hacer Dios sabe que estupidez, el productor se arremangó, afrontó el serio problema que vivía su madre y decidió cuidarla hasta el último e inevitable suspiro. Su madre no le reconocía pero lo último que vieron sus ojos fue el rostro de su hijo, y quizás, ese cerebro enfermo, sumergido en el olvido, quizás, solo quizás se llevó la imagen de su hijo a la eternidad como único y último recuerdo de este mundo.
Fue realmente emocionante ver como el hijo atendía con abnegada resignación a la madre; esa madre que un día en que insistió en que su hijo tenía que comer era la misma que muchos años después se negaba a comer la sopa, una sopa muy parecida; agotada, sin ganas de vivir, olvidada su vida incluso olvidados los nombres de los hijos y sus rostros era la viva expresión de un drama íntimo que José Codina nos ha enseñado. Y lo peor, a mi me parece lo peor, es la vida sin ilusiones que sufre el enfermo, mañana ( no sabe que es mañana) será igual y así cada día... Empezó de cero y ahora tiene una asociación para ayudar a quienes sufren este mal y especialmente a los cuidadores de estos, que en muchos casos son familiares próximos que a diario ven como a su padre, a su madre, se le están escapando los recuerdos entre los dedos y más adelante, la vida. Se van en silencio y siempre demasiado pronto.
En la sala, además había dos personas especialmente valientes, una con el diagnóstico del Mal de Alzheimer que quería saber que sería de él. Pudo ver un crudo, pero cierto, futuro que solo encontró consuelo estrechando la mano de su pareja. No pude evitar pensar que corría por la cabeza de esa persona enferma cuando veía lo que se le venía encima, si lo entendía, si lo asumía o quien sabe que. El futuro que se le venía encima a corto, a demasiado corto plazo. La otra persona, a la que también admiro y de aquí mi homenaje, acudió, quizás para revivir recuerdos pero sin regodearse en el dolor sino afrontándolo, hace escaso tiempo que enterró a su pareja de un mal muy parecido al que hablamos; todo demasiado rápido y sin duda demasiado cruel. Hay que ser una persona de altura para tener la valentía de ver un documental que te remueve por dentro.
José Codina contó su historia, nos emocionó y desde luego nos hizo mirar a los ojos del Alzheimer y lo que vi me asustó. Aparta de mí ese cáliz. Como mi amigo hay muchos héroes anónimos que han pasado por lo mismo o por algo parecido y después han quedado afectados anímicamente. Es un mal doloroso para el enfermo sin ninguna duda pero también para el cuidador que es arrastrado por el dolor y sufrimiento de una persona querida a la que solo se puede ayudar a nadar el cruel destino que le espera.
Esa es la vida real, en toda su crudeza; cuando algo superfluo nos sale mal nos enfadamos o decepcionamos e incluso nos vemos anímicamente afectados y es una estupidez, demasiadas veces no sabemos lo afortunados que somos, solo con tener salud. La vida fue cruel con la madre de José Codina, quizás con el mismo José, pero le sirvió para entregar a su madre un amor incondicional y para encontrar su camino en la vida, ayudar a cuantos pueda que sufran del mismo mal que asesinó a su madre.
Dejemos, pues de preocuparnos por estupideces y vivamos la vida en mayúscula. Les recomiendo, para terminar, que hagan lo posible para ver el documental recuérdame, el principio de la desconexión. Verán las cosas de otra manera. Gracias José.