Esperanza cañí y olé

Tras protagonizar una chusca huida de los agentes de la autoridad, enviando a los Guardias Civiles de su escolta a negociar con la Policía Local de Madrid, porque ella no está para perder el tiempo en nimiedades y usted no sabe con quién está hablando, Esperanza ha vuelto a liarla. Dando el cante está en su salsa, y se le nota.

Su nuevo argumento como portacoz del “tea party” español es que todos aquellos que no les gusten los toros son antiespañoles. Toma ya.

Por lo que vemos, el “tea party” español debe ser algo así como el “anís del mono party”, por lo cañí y castizo. Para que luego digan que no existe el nacionalismo español…

¿Que no te gustan los toros? Eres antiespañol. ¿Qué no te gustan los pasodobles? Separatista. ¿Que el chotis, las sevillanas…, no te van? Masón y peligroso izquierdista afrancesado. Y no te digo lo que eres si además hablas catalán, aunque sea en la intimidad, y eres a tu pesar un culé irredento. Un sindiós.

El argumento empleado por una cada vez más alocada Esperanza es simplemente un disparate. Y lo es por muchos motivos.

Pero el fundamental es que a España no la definen los toros. España no es su llamada Fiesta Nacional, sino que esperamos, la verdad, que sea algo más. Esperamos que el Estado se defina por su capacidad industrial, su capacidad para generar empleo, su innovación, su cultura, su capacidad de integrar y de convivir, su compromiso con los derechos humanos y con la igualdad…

El amor a los toros como síntoma de españolidad es una reducción que ni se la merecen los amantes de la tauromaquia ni se la merecen los ciudadanos en general. Es una más de las típicas gracietas pretendidamente ocurrentes a la que ya nos tiene más que acostumbrados doña Espe, con ínfulas de valentía pero que cada vez producen más conmiseración hacia quien las pronuncia.

No sé cómo explicará Esperanza el hecho de que en Francia, en Méjico o en Colombia se celebren corridas de toros. ¿Será que los aficionados mejicanos, colombianos y franceses son muy españoles? No estaría yo tan seguro.

Y tampoco sé cómo explicará la crisis que vive el mundo del toro en España. Que les pregunte a los empresarios de las plazas. ¿Acaso España está plagada de antiespañoles? ¿Quizás una confabulación judeomasónica orquestada por el bolchevismo internacional ataca la reserva espiritual de occidente?

Es evidente que la pérfida Albión, al inventar el fútbol, no quiso sino atacar y socavar la raigambre española, como ya hiciera otrora con la derrota de la Armada Invencible. El fútbol global y masificado frente al gusto por lo exquisito de un buen tercio de banderillas, que hasta en el nombre evoca grandes momentos de españolidad allá por Flandes.

El hecho de que no te guste que se mate a un animal después de maltratarlo, o de que te parezca un acto cruel de tortura gratuita, ¿te convierte en poco patriota? ¿Acaso el hecho de ser español implica no inmutarse ante la sangre, o ante la muerte de un animal tras minutos de sufrimiento y agonía? ¿Te pueden retirar el DNI si te resulta indiferente quién sea José Tomás?

Los toros ni me van ni me vienen. Entiendo los argumentos de aquellos que los prohibirían, al igual que entiendo algunos de los argumentos de quienes los defienden. Además, el hecho de que Esperanza me pueda encontrar un repugnante nacionalista izquierdoso y afrancesado me enorgullece en tanto en cuanto me aleja de ella ideológicamente.

Pero que en ese debate se dilucide el tarro de las esencias de la españolidad es tan burdo como reducir el nacionalismo vasco a si te gusta el juego de pelota o el nacionalismo catalán a si de pequeño fuiste enxaneta en una colla castellera o si tienes la foto de Messi en la habitación.

La argumentación zafia y reduccionista de Esperanza Aguirre no solo es alicorta, sino que además es profundamente excluyente, ya que solo serán buenos españoles los que conozcan el significado de los colores de los pañuelos que puede sacar el presidente de una corrida, o los nombres de los diez mejores matadores del escalafón. Todos los demás, al batallón de los torpes de la españolidad.

Y así vamos. Mientras unos hacen propuestas para modernizar un estado plagado de grietas, con índices de paro y pobreza infantil como nunca antes se habían visto, otros se dedican a hacer chicuelinas y medias verónicas toreando de salón, con la cuenta corriente protegida y sin ensuciarse las manos con los problemas reales de la gente. Si se acerca un pobre, la de Cagancho en Almagro.

Mientras algunos piensan en cómo modernizar el estado para tener un futuro en el que quepan todos, otros piensan en cómo retroceder en el tiempo, en cómo ser cada día más casposos y retrógrados, más horteras y cañís.

Mientras unos quieren abrir puertas y ventanas para que entre el aire fresco, otros rascan la arena del albero trazando una línea divisoria. O conmigo o contra mí.

Por mi parte, pónganme en el lado de los que están contra lo que Esperanza Aguirre piensa.

Contra ese uso manipulador y torticero de todo aquello que no es suyo para apropiárselo y hacerlo odioso.

Contra ese talante arrogante y prepotente de quien cree que es de risa ir diciendo tonterías en público cuando debería dar respuestas a los problemas de los ciudadanos.

Contra esa estupidez, en definitiva, de quien no diferencia cuando la gente se ríe con él de cuando la gente se ríe de él. De quien ya no cuenta chistes sino que los protagoniza.

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