Un sector de la derecha -afortunadamente, una minoría, aunque los grupúsculos beligerantes son muy peligrosos, como sin duda nos demostró la Alemania de los años treinta- está empeñado en identificar lengua e ideología, de manera que hay lenguas buenas y lenguas perversas, los hablantes de las cuales tienen que ser necesariamente "rojos" o independentistas, conceptos que obviamente ellos entienden en cualquier caso como despreciables.
De semejante delirio nace un discurso político que, en contra de toda lógica y apartándose de los precedentes de nuestra derecha tradicional -al menos en los últimos treinta y tantos años-, ha cristalizado en una acción de gobierno encaminada a eliminar casi por completo la presencia mediática del catalán y, por otra parte, a dividir sus restos -su uso social, escolar, etc.- con argumentos secesionistas, al estilo de la derecha valenciana.
El pretexto de la salvaguarda de las modalidades insulares de la lengua es solo eso, una excusa, puesto que no hay ni una gota de sinceridad en los planteamientos de quienes dicen defender dichas modalidades -totalmente respetables y dignas de protección, como señala nuestro Estatut- mientras hacen todo lo posible para que la lengua que conforman esas distintas modalidades -lengua mala- sea sustituida por el castellano -lengua buena-, si es preciso con el auxilio de otras lenguas buenas, como el inglés.
Esa derecha extrema usa los mismos esquemas ideológicos que la escuela nacionalsocialista. Tras el ascenso del cabo austriaco al poder, Alemania experimentó un proceso de germanización por el que se pretendía universalizar una lengua pura, carente de influencias extranjeras. Se fomentó incluso la recuperación de la caligrafía gótica. El alemán era la lengua buena y las demás, basura. Ni que decir tiene que la diversidad idiomática de Alemania padeció una dura represión que solo la derrota de estos salvajes evitó que se perpetuara.
No merecemos esta clase de dirigentes. Catalán -o si lo prefieren, mallorquín, etc.- y castellano -también alemán, rumano, inglés y muchas otras- son hoy indudablemente lenguas maternas de nuestros ciudadanos; todas ellas son "lenguas buenas", porque ninguna nació para agredir al vecino, sino para entenderse con él. Por tanto, hacer una política tendente a masacrar la lengua que se habla en las islas desde el siglo XIII -la llamen como la llamen- constituye ni más ni menos que un delito de lesa patria, una felonía. Los autores son pues acreedores, con todo merecimiento, de ser llamados felones.





